En la calle para celebrar la democracia
Pese a la extrema seguridad y el cierre del Mall, decenas de ciudadanos salieron a las calles de Washington para festejar la investidura. «Quería estar aquí porque me niego a ser intimidada», decía una mujer, felicitándose de que por fin «se acabó el ‘sho
En el Mall de Washington que en otras investiduras llenaban decenas de miles de personas, ayer había solo banderas, decenas de miles de banderas. Las calles que cada cuatro años en 20 de enero han surcado riadas humanas estaban prácticamente desiertas, y la presencia dominante era la de los 25.000 efectivos de la Guardia Nacional, agentes de todo tipo de cuerpos policiales, vehículos militares, vallas, barricadas y periodistas, muchos periodistas. El asalto al Capitolio del 6 de enero obligó a hacer de esta toma de posesión la más contenida e inusual, pero ni la seguridad extrema ni la pandemia evitaron que algunos ciudadanos llegaran hasta Washington
y salieran a las calles para celebrar su ritual.
«La atmósfera es totalmente distinta este año pero como puedes ver la gente se encuentra, nos encontramos unos a otros», explicaba cerca de los Archivos Nacionales, a dos manzanas del inaccesible Mall, Kenyata Hazlewood, una mujer negra de 42 años que se había puesto las perlas y una sudadera de Howard University, dos elementos que la hermanan con la vicepresidenta Kamala Harris.
Era parte de un grupo de unas decenas de personas que se congregaban a las puertas de un bar, siguiendo la ceremonia en las pantallas colocadas hacia el exterior, tomando cervezas y algunos benjamines de champán. Y hablaba no solo de «profunda emoción» viendo jurar su cargo a la primera vicepresidenta negra en la historia de Estados Unidos, sino con determinación. «Hay una razón por la que después del asalto al Capitolio, que fue horrible, una degradación y desmoralizador, los congresistas volvieron a acabar de certificar los resultados electorales; hay una razón por la que la ceremonia se está haciendo en el exterior como siempre: no nos echaremos para atrás. Vamos a seguir adelante. Seguiremos siendo una nación fuerte. Y vamos a estar bien».
Llegados de lejos
Hazlewood vive en la capital pero otros habían llegado desde mucho más lejos, incluso sabiendo que no habría ceremonia abierta al público. Eran gente como Cathy Garcia, que había viajado desde El Campo, Tejas, para la que era su primera investidura, a la que decidió acudir en cuanto ganó Biden, católico como ella. «Quería estar aquí porque me niego a ser intimidada», decía. «Por fin tenemos un líder que tiene fe. Se acabó el show de Trump, que ha estado marcado por la arrogancia, el racismo y la división. Este es el principio de una nueva era para unir al país».
También desde lejos, desde Atlanta, había llegado con su esposo Ledana, una ejecutiva de banca. Era la jura de Harris la que más le emocionaba, «por la barrera que derriba y lo que representa para todas las mujeres de color» como ella. Pensaba especialmente en sus dos hijas pequeñas y en «el ejemplo y la inspiración» que la vicepresidenta será para ellas. Y confesaba que la sensación era «agridulce» por no poder celebrar, pero también destacaba que era un día de «alivio», por el fin de la presidencia de Trump, y de «esperanza».
«Viendo el auge que ha habido de los supremacistas blancos en los últimos años, o el asalto al Capitolio, mucha gente dice quiénes somos, pero no quiénes tenemos que ser. No tengo miedo», explicaba. «El racismo es asunto de ignorancia, no de odio, y por eso lo que hay que hacer es conseguir que el grupo de los supremacistas sea cada vez más pequeño y educar, educar y educar».
Cerca seguían también la investidura Sharon McQuain y Michelle Hager, dos amigas de Greenville (Carolina del Sur) que reservaron sus hoteles en Washington el 7 de noviembre, en cuanto se ratificó la victoria de Biden, y mantuvieron su viaje pese a las circunstancias. «Quería estar aquí para demostrar la resistencia de la democracia, que pueden prevalecer la verdad y la honestidad, y quería ser parte de ello», explicó Hager.
Las dos amigas reflexionaban sobre el discurso que acababa de pronunciar Biden, sobre su llamada a «acabar esta guerra incivil». Y se ponían a sí mismas como ejemplo. Las dos están casadas con esposos republicanos. Son parte, como dicen, de «casas divididas», como EEUU está políticamente. Y por eso querían hacerse eco de las palabras del 46° presidente. «No tenemos que hacer una guerra de cada desacuerdo».
Tras la ceremonia se marchaban satisfechas. Y Hager se despedía mostrándose convencida de algo. «La trayectoria de EEUU ha cambiado hoy».
nPese a la extrema seguridad, decenas de ciudadanos salieron a las calles de Washington