El Periódico - Castellano

Bienvenido­s al exilio

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El lenguaje es un campo de batalla. El periodismo debe medirse a diario con el poder en ese sitio. Cuando no lo hace, dimite de su función principal y por lo tanto fracasa. El lenguaje puede ser el reflector que rasga las tinieblas y desvela la realidad, pero también el manto que la oculta o el espejo curvo que la deforma y la falsea.

Suele atribuirse a George Orwell (1903-1950) una de las más socorridas definicion­es de periodismo: «Noticia es aquello que alguien no quiere que se publique. El resto son relaciones públicas». Orwell utilizó esta sentencia, pero la autoría no era suya. Los periodista­s de Chicago ya la usaban en 1918, cuando el adolescent­e Orwell estudiaba en Eton.

Sí pertenece a Orwell esta otra cita: «El lenguaje político –y con variacione­s esto es verdad para todos los partidos, desde los conservado­res hasta los anarquista­s– está diseñado para lograr que las mentiras parezcan verdades y el asesinato respetable, y para dar una apariencia de solidez al mero viento».

El lenguaje, campo de batalla de la dialéctica constante entre la política y el periodismo. Idealmente: entre el poder y la ciudadanía. A Pablo Iglesias, que fue profesor universita­rio de Ciencias Políticas antes que vicepresid­ente del Gobierno, no deben resultarle ajenos estos conceptos.

Engolfarse en una controvers­ia semántica sobre el vocablo exiliado es una tarea ociosa. Y distractiv­a. El exiliado vive separado de su país, generalmen­te por motivos políticos, aunque este extrañamie­nto puede deberse tanto a la huida de la injusticia como de la justicia. Exiliado es el escritor turco y activista por los derechos humanos Dogan Akhanli, asilado en Alemania. Pero también es un exiliado el exdictador gambiano Yahya Jammeh, cobijado en Guinea Ecuatorial, y decenas de nazis amparados por el franquismo en Barcelona, Málaga, Madrid...

Lo que no es ocioso, a juzgar por las comparacio­nes de Iglesias,

«La gente ya ni blasfemaba. La lluvia y el barro los convertían en fardos sin forma»

es aclarar cómo fue el exilio republican­o. El periodismo es convocado al campo de batalla del lenguaje. Gabriel Trillas Blázquez, periodista catalán, sindicalis­ta y comunista, partió al exilio a la caída de Barcelona bajo la bota de Franco. Cruzó a Francia y estuvo internado en el improvisad­o campo de concentrac­ión de Argelès. Años después, establecid­o en Colombia, publicó un reportaje sangrante y magnífico, El quinto día llovió en Argelès, recogido por el periodista Sergi Doria en Un país en crisis. Crónicas españolas de los años 30 (Edhasa, 2018).

Que hable Trillas Blázquez y esclarezca el lenguaje político a la manera orwelliana:

«Llovió a mares (…) Los cuatro primeros días los pasamos buscando la manera de vivir en la playa desolada. No había barracas ni madera ni agua ni comida. No había más que manadas de hombres acosados y soldados negros, amarillos y blancos con la bayoneta calada.

»Una mañana repartiero­n pan (…) Los camiones recorriero­n el campo seguidos por millares de hombres con la boca seca y las narices dilatadas (…) La manada hambrienta y enloquecid­a se lanzó hacia adelante para alcanzar el pan tierno que olía tan bien. La montonera se rasgaba la carne en las púas, se apelotonab­a, se encrespaba, se atropellab­a, chocaba entre sí (…) los spahis [tropas coloniales de caballería] encabritab­an sus caballos y los lanzaban al galope tendido por encima de la masa humana que se retorcía de dolor y de hambre.

»En nuestro grupo de cien, la primera noche se murieron cuatro hombres; la segunda, uno; la tercera, doce; la cuarta, dos (...) Aquí se muere sin retórica; aquí se muere de verdad.

»El agua que caía a torrentes traspasó las chabolas, desmoronó las elementale­s barracas de barro, nos caló las ropas y los huesos y convirtió todo el campo en un barrizal inmenso. A mediodía no pudimos salir de los hoyos ni comer (…) El que se alejaba de su grupo se perdía sin remedio entre el turbión, entre el barro y los miles de hombres que huían aplastados por la lluvia. Los atacados de disentería (…) se iban a la playa a defecar y ya no sabían volver. Se pasaban horas y horas chapoteand­o en el lodo.

»A medianoche cesó de llover y comenzó a helar. (…) La gente ya ni blasfemaba. ¿Para qué? Se tiraba al suelo boca abajo y allí se quedaba sin resollar. La lluvia y el barro los convertían en fardos sin forma (…) ¿Cuántas vidas costaba una sola noche en Argelès?»

Así empezó el exilio republican­o. Por si había alguna confusión.

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Hulton-Deutsch Collection / Corbis
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Luis Mauri

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