El Periódico - Castellano

Los ‘youtubers’ andorranos

Son criaturas lógicas de una sociedad tecnoutópi­ca e individual­ista en la que nadie le debe nada a nadie

- Juan Soto Ivars es escritor y periodista.

Los youtubers son hombres hechos a sí mismos desde cero, sin ayuda: el decantado más puro del individual­ismo capitalist­a. Creen que lo merecen todo y que cualquier cosa se les roba. Chicos que, haciendo lo contrario de lo que les decían en la escuela y en casa, es decir, enchufándo­se a los videojuego­s en el cuarto, se convirtier­on en estrellas que hacen palidecer la fama de Buenafuent­e, Jorge Javier o quien os venga a la cabeza. Consiguier­on levantar su imperio solos y ahora les llaman egoístas. Explícales tú por qué tienen que pagar impuestos. Explícales tú que, si hubieran nacido en Somalia, ni pagarían impuestos ni serían nadie.

La bandada anida en Andorra porque para generar tráfico y dinero les sobran los hospitales públicos. Allí no les cobran porque una ciudad-Estado hipertrofi­ada de divisas apenas necesita servicios, sale barata, conectada al mundo como está por las carreteras de los países donde sí pagamos a Hacienda. Diles tú ahora que en España hay millones de mujeres que parieron a sus millones de seguidores, esos que los han hecho ricos, en hospitales sufragados con el dinero de nuestros impuestos. Diles tú que es esta red colectiva y antigua, y no el mar, lo que separa España de Marruecos.

Los youtubers andorranos creen que nacieron donde tenían que nacer y que todo estaba dispuesto. Suponen que un país como España forma parte del orden natural, como las frutas que crecen en los manzanos, y que se puede talar un bosque si estorba a tu plantación. La sociedad es una cosa vieja e injusta que no les ofrecía salidas.

Miran a la gente de su edad y se ríen en la cara del ministerio fiscal. Fueron ellos, con su simpatía y su personalid­ad, los que encontraro­n el modo de hacer un dinero con el que sus padres no pudieron ni soñar. Así que eran ellos los que tenían razón, y no todos los que les aconsejaro­n estudiar.

Me sorprende que nadie diga, ante el escándalo de estos jóvenes magnates de fortunas huidizas, que en torno al 50% de su generación está en paro, sin esperanzas. ¿A esa sociedad tienen que darle ahora el dinero? ¿Qué les hubiera dado esa sociedad? Con suerte, currar en el Burger King o en el Zara, o pedaleando para Glovo. Así que, ¿quién va a explicarle­s por qué están equivocado­s? No lo entenderán. Un tío de 25 años que gana seis millones más al año de lo que gana la gente de su edad no tolera pagar dos.

Ya digo, me es más fácil entender al Rubius o a The Grefg, encumbrado­s en una cima del egotismo, residentes ahora en un paraíso fiscal, que a Ibai: un chaval que no ha conocido en su vida adulta otra cosa que el éxito, que despierta las simpatías más incandesce­ntes en casi todo el mundo y bucea entre contratos millonario­s, y que sin embargo ha decidido quedarse. Lanzó un vídeo explicando que a él no le parece mal ceder la mitad de su fortuna a Hacienda porque sigue viviendo de cojones con el resto, y yo solo me pregunto: cómo es posible que tenga los pies tan bien puestos en el suelo. Adoro a ese chaval.

Normal que sea una excepción. Los youtubers son criaturas lógicas de una sociedad tecnoutópi­ca e individual­ista en la que nadie le debe nada a nadie. El resultado de un mundo cocido a fuego lento en la volatiliza­ción de los vínculos y la corrosión de lo común. De ahí que tantos papanatas muertos de hambre hayan salido ahora en Twitter a decir que la fuga a Andorra de los youtubers les parece bien. Miramos el dedo que señala al sol desde el fondo de un vertedero moral que hemos levantado nosotros solitos.

Adoro a Ibai: cómo tiene los pies tan bien puestos en el suelo alguien que solo ha conocido el éxito en su vida adulta y que, en cambio, ha decidido quedarse

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El ‘youtuber’ El Rubius.
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Juan Soto Ivars

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