Manaos, el rostro mortal del covid-19 en Brasil
Más de 210.000 brasileños han perdido la vida por el coronavirus desde que comenzó la pandemia en este país americano el pasado mes de marzo. La capital del Amazonas, con más de dos millones de habitantes, sufre especialmente el dramático avance de la enf
contabilizado más de 6.000 muertes y casi 300.000 infectados. Hasta el Gobierno de ultraderecha sabía lo que le esperaba a los habitantes de esta ciudad que, a finales del siglo XIX, se convirtió en la capital mundial del caucho, y al calor de aquella fiebre levantó un imponente teatro de ópera que queda como recuerdo de tiempos de una bonanza irrecuperable.
Quienes más temían esta ola de dolor eran los sepultureros. En junio pasado, la revista paulista Piauí publicó este fragmento del diario de un enterrador de Manaos: «El cementerio solo tiene puesta la cruz cuando alguien de la familia aparece para pagar la tumba. Se entierra al difunto indigente y se mantiene cuatro años, que es el momento en que todo se convierte en barro. Cuando llega un nuevo muerto, lo enterramos sin ni siquiera quitar los huesos».
El Supremo Tribunal Federal (STF) también sabía que en Manaos faltaban los tubos de oxígeno. La información le llegó por un canal del Ministerio de Salud que, por orden del presidente Jair Bolsonaro, maneja al inexperto general Eduardo Pazuello.
El ministro del STF Ricardo Lewandowski ordenó entonces a las autoridades nacionales que elaborasen un plan de emergencia que se cumple con dificultades, entre otras razones porque Brasil desactivó 3.009 de las nuevas camas de las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), un 12% de las existentes, ante la certeza de que lo peor de la pandemia había pasado.
Comprar oxígeno
La deserción del Estado no ha hecho más que favorecer el negocio del oxígeno. Frente al local de una empresa privada de suministro se han amontonado durante las últimas horas los familiares de los pacientes que todavía luchan contra el virus en condiciones de desigualdad. No se ha dejado de ver como irónico el comentario político sobre la donación que ha hecho el presidente venezolano Nicolás Maduro, a quien Bolsonaro considera el mismo demonio, de 14.000 bombonas individuales, equivalentes a 136.000 litros, para ayudar a que Manaos mitigue su colapso sanitario.
Vacunación al ralentí
El Ministerio de Salud empezó el pasado lunes de manera muy lenta las vacunaciones en el gigante suramericano. Unos 4,6 millones de dosis de Coronavac –el fármaco producido por el Instituto Butantan en alianza con la china Sinovac– se enviarán a lo largo de la semana a todos los estados, según informó Pazzuello. La figura de ese general ha comenzado a ser cuestionada en el mismo seno del Ejército. La institución no quiere pagar el precio político de su negligencia.
Caceroladas contra Bolsonaro
El foco del malestar social se concentra, sin embargo, en el presidente Bolsonaro. El pasado fin de semana volvieron a sonar las caceroladas en su contra. «Hay que entender que Bolsonaro no es (Donald) Trump: es una desgracia exclusivamente brasileña», señala la revista Carta Capital en su editorial.
Celso Rocha de Barros, columnista del diario paulista Folha, compara al presidente con el policía que asfixió hasta matar al afroamericano George Floyd en Mineápolis,
Estados Unidos, el pasado año.
Bolsonaro, escribe Rocha de Barros, es «el policía con la rodilla» en el cuello de Manaos mientras la ciudad grita «no puedo respirar». Recuerda el columnista que el capitán retirado ha oscilado todos estos meses entre «la negligencia criminal y el sabotaje sádico contra aquellos que al menos intentaron luchar contra la enfermedad».
Rocha Barros remarca cómo semanas antes de que comenzara el desastre en la ciudad amazónica, el Gobierno subió el impuesto de importación sobre las bombonas de oxígeno. «¿Por qué estas personas todavía tienen un mandato, por qué siguen sueltas?», se pregunta el columnista. Las más de 60 solicitudes de juicio político tramitadas hasta ahora duermen todavía en un despacho del Congreso.
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