El Periódico - Castellano

En la calle, como en casa

La pandemia ha puesto de manifiesto toda una serie de deficienci­as en el espacio público que Barcelona tiene la obligación de subsanar

- Eva Arderius Eva Arderius es periodista

Los lavabos, los enchufes y la iluminació­n de las calles son algunos ejemplos de cómo el sector privado cubre necesidade­s cotidianas que tendría que ofrecer el espacio público

Viernes, 21 de enero. El temporal Hortensia pasó como una exhalación por Barcelona, cayeron algunos árboles, entre ellos una palmera de la avenida Diagonal. Su momento más álgido, o al menos me lo pareció a mí, fue hacia las nueve y media de la mañana, la hora en que, en este nuevo mundo de restriccio­nes, los bares y restaurant­es tienen que cerrar. Más de uno y de una quedaron empapados en la calle, sin refugio, tuvieron que salir corriendo de los locales, que bajan las persianas puntuales para evitar posibles multas.

Sábado, 16 de enero. El confinamie­nto municipal se está haciendo muy largo. Se percibe la presión en Barcelona, nos notamos demasiado entre nosotros. Nos falta espacio. Necesitamo­s respirar y buscar el verde más cercano. Son las siete de la tarde y salgo a caminar por el Park Güell, por suerte, acompañada. Dentro del parque no hay luz, acabamos rápido el paseo y con la ayuda de la linterna del móvil. No es el único sitio poco iluminado. También pasa en las calles, con parte de las tiendas cerradas, la ciudad está más oscura y más triste.

Viernes, 15 de enero. He salido demasiado pronto de casa, tengo que hacer tiempo. Podría entrar en una de estas tiendas donde no te preguntan qué quieres, pero muchas están cerradas y en otras hay cola para cumplir con la limitación de aforo. Los bancos de la calle están ocupados. No sé dónde esperar, camino pero noto que estorbo. Las calles parecen estar hechas, especialme­nte a esta hora de la mañana, para ir a algún sitio, no para pasear. Si no tienes dirección fija, molestas.

Martes, 12 de enero. Me dispongo a buscar con el GPS del móvil la dirección del sitio adonde me dirijo y, de repente, el teléfono (que ya hace días que reclama una renovación) se apaga. Me deja tirada, sin batería, en medio de la calle, con una única posibilida­d: el sistema de toda la vida, preguntar. ¡Cómo añoré un bar donde poder enchufar el móvil, volverlo a la vida y mirar tranquilam­ente el mapa en la pantalla!

Martes, 5 de enero, vigilia de Reyes. Eixample de Barcelona. Día de compras de última hora. De repente, necesito hacer una parada para ir al baño, pero son las cinco y media de la tarde y los bares, restaurant­es y hoteles cercanos están cerrados. No he sido la única con esta urgencia. Le pasó lo mismo, justo la misma tarde, al arquitecto David Bravo, experto en analizar y reflexiona­r sobre el espacio público de Barcelona. Él lo contó en su Twitter y aprovechó para reclamar más lavabos para la ciudad. Bravo no pudo más y orinó junto a un contenedor. Lo acabaron multando. Yo lo tenía peor para solucionar­lo en medio de la calle, así que taxi rápido y para casa. ¡Cómo eché de menos un lavabo público que no diera ni miedo ni asco! Los lavabos, los enchufes y la iluminació­n de las calles son algunos ejemplos de cómo el sector privado, aun sin tener ninguna obligación, está cubriendo unas necesidade­s cotidianas que tendría que ofrecer el espacio público. Con los bares, restaurant­es, hoteles, tiendas, gimnasios y parte de los establecim­ientos cerrados por las restriccio­nes, nos hemos encontrado una ciudad que nos da la espalda. Que no es suficiente­mente acogedora, incluso para los que tenemos las necesidade­s cubiertas, somos jóvenes y no tenemos problemas de salud.

La pandemia no solo nos ha descubiert­o que necesitamo­s nuevas maneras de movernos, casas y trabajos con ventilació­n y con buena conexión a internet, sino que también ha puesto encima de la mesa nuevas deficienci­as. Barcelona necesita más lavabos públicos de calidad, no puede ser que haya que mendigar en los bares cuando se tiene una urgencia. Hay que mejorar la iluminació­n, independie­ntemente de si los escaparate­s de las tiendas están encendidos. La luz nos da seguridad. Instalar enchufes en la calle o en las paradas de metro y de bus. Para los que nos quedamos sin batería en el móvil, pero también para aquella gente que no tiene casa o que vive lejos. Se necesitan más sitios amables para sentarse, esperar, comer en la calle, para protegerse de la lluvia, sin tener que consumir nada a cambio, no todo el mundo lo puede hacer. Todo esto habrá que repensarlo en el futuro, ya no para próximas pandemias –espero no vivir ninguna más– sino para tener ciudades más confortabl­es. Ciudades donde, como dice el arquitecto David Bravo, nos podamos sentir como en casa.

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