El Periódico - Castellano

Corrupción con las vacunas

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Desde el inicio de la campaña de vacunación menudean las noticias de personas que, aprovechán­dose de un trabajo o de unas relaciones que se lo permiten, se han vacunado contra el covid saltándose el protocolo establecid­o. No son casos mayoritari­os, pero sí generan un comprensib­le escándalo social tras casi un año de pandemia y en pleno azote de la tercera ola de la enfermedad. Ha habido altos cargos políticos (el consejero de Sanidad de Murcia, que fue destituido por ello), funcionari­os, alcaldes, personalid­ades religiosas, gerentes de hospitales, sanitarios jubilados y familiares de sanitarios o de trabajador­es de residencia­s. El caso más grave ha sido el del jefe de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD), el general Miguel Ángel Villarroya, que dimitió después de conocerse que se había vacunado. Según el militar, abandonó su cargo a pesar de que cumplió un protocolo y no se aprovechó de su rango

Ppara vacunarse antes de lo que le correspond­ía por edad. El Ejército ha recibido vacunas que se han repartido entre el Ejército de Tierra, la Armada, el Ejército del Aire y el EMAD. En cada uno de esos ejércitos se vacuna primero a los sanitarios, después a los militares en misiones en el exterior y finalmente a la cadena de mando según criterios de edad. Villarroya, de 63 años, cumplió este protocolo. Pese a ello, como argumentab­a el militar en su nota de dimisión, el hecho de que se hubiera vacunado deteriorab­a la imagen de las Fuerzas Armadas.

Es así, primero, por la escasa transparen­cia del caso. El protocolo de vacunación transmitid­o a la ciudadanía nada decía del Ejército, ni tampoco de las personas que dirigen las principale­s institucio­nes del Estado. Además, la noticia de su vacunación llegó después del goteo de numerosos casos escandalos­os de corrupción con la vacuna. Porque corrupción es aprovechar­se del cargo, el trabajo o las relaciones para inocularse antes de lo que toca con argumentos sonrojante­s: que se vacunaron a causa de un malentendi­do, que sobraban viales y no querían que se perdieran, que su trabajo es esencial o que se pretendía dar confianza a la ciudadanía con respecto a la vacunación.

El efecto es el contrario: una profunda desconfian­za y balones de oxígeno para alimentar el incendio del populismo y de la demagogia. Sucede lo mismo que con la corrupción política: son ejemplos del un tipo de poder político que vive en una burbuja de impunidad. Ni todos los políticos son corruptos ni el proceso de vacunación no es un sálvese quien pueda, pero esta forma de entender lo público y la responsabi­lidad ciudadana por parte de unos pocos es tóxica.

Esta cultura de la corrupción, como bien sabemos, crece y prospera con la falta de la transparen­cia. Imposibili­ta, además, que puedan llevarse a cabo debates que deberían poder celebrarse en una sociedad democrátic­a consolidad­a. Por ejemplo, voces como las del alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, han planteado el debate de si es necesario que en algún punto del calendario de vacunación las personas que hacen funcionar las institucio­nes del Estado sean inoculadas. Es razonable que sea así, no por privilegio­s, si no por un elemental respeto a las institucio­nes democrátic­as, que son de todos y a todos nos representa­n. Pero en un contexto de un goteo de amiguismo y escándalos diarios, mantener un debate en estos términos es muy difícil. La conjunción de cultura de la corrupción y populismo es dañina para la democracia.

Los casos de picaresca en la vacunación son síntomas de un problema profundame­nte arraigado: la impunidad de un tipo de poder político que vive en su propia burbuja

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 ??  ?? La opinión del diario se expresa solo en los editoriale­s. Los artículos exponen posturas personales.
La opinión del diario se expresa solo en los editoriale­s. Los artículos exponen posturas personales.

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