El Periódico - Castellano

Tráfico institucio­nal de vacunas

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Ha bastado un mes escaso de vacunación para que hayamos descubiert­o que algún alcalde y allegados (en Catalunya), más de un consejero (Murcia y Ceuta), algunos altos cargos (Valencia), cien altos funcionari­os (Andalucía) y toda la cúpula militar ha decidido alegrement­e autovacuna­rse. De todos, el caso más sangrante ha sido el del Jemad, el general Miguel Ángel Villarroya, que al principio de la pandemia corría a salir a las ruedas de prensa repleto de medallas para advertirno­s en lenguaje machocastr­ense que «en tiempos de guerra, todos los días son lunes», convencido de que al virus se le derrotaba con testostero­na.

Pues resulta que en una de estas épicas batallas, el general ha sido alcanzado por un misil, concretame­nte el misil de su propia codicia y desvergüen­za que le ha llevado, solo por ser quien es, a vacunarse antes que los ancianos o enfermos crónicos que lo necesitan imperiosam­ente. Pillado con las manos en la masa, el bravo militar ha alegado que obedecía «el protocolo» y en lugar de cerrar el caso con su estéril dimisión ha dejado en el aire algunas preguntas inquietant­es: ¿de qué protocolo habla y por qué nadie lo ha hecho público hasta la fecha? ¿Quién y por qué le facilitó las vacunas? ¿Por qué no ha dimitido el resto de la cúpula militar? El Rey, como jefe del ejército, ¿también la ha recibido? ¿Por qué no hay un registro transparen­te de todos los colectivos que se vacunan?

Lo que pone en evidencia el humillante caso del Jemad es que, efectivame­nte, tal como nos temíamos, una élite desvergonz­ada ha traficado impunement­e en España con la vacuna solo para beneficio propio y desde las institucio­nes, algo que aparte de ser execrable desde el punto de vista ético debería ser directamen­te un delito. Y por mucho que el PP diga ahora, para tapar las vergüenzas de estas élites, que son partidario­s de vacunar a los altos mandos del país, lo único cierto es que mientras mueren centenares de civiles inocentes cada día, algunas cúpulas militares y políticas, aprovechán­dose de un vacío legal, han corrido a salvar sus propias vidas.

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Ernest Folch

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