El mal ejemplo
Trabajar con jóvenes es sinónimo de vivir en estado de cambio, pero hay factores que no se alteran, como la idealización de grandes sujetos y personajes públicos, todo un clásico, ya que el ocio y el entretenimiento son elementos esenciales en una sociedad de comunicación y consumo.
El hecho destacable aparece cuando un personaje objeto de devoción demuestra una actitud marcada únicamente por su beneficio personal; donde indirectamente, pero no involuntariamente, genera una lección a sus seguidores. Como miembro de la comunidad educativa me sorprende la rápida aceptación de conductas que rompen con los valores de esfuerzo y solidaridad que se trabajan con el fin de suprimir las desigualdades existentes; elementos que todo el mundo reclama, pero nadie defiende. Una de las herramientas claves para la confección de la madurez recae sobre el reconocimiento de un bien común, que es el Estado, pero en estos casos la idea de participación colectiva se difumina en una población que vive en un mundo idílico donde todas sus demandas son satisfechas, mientras la falta de conciencia de pertenencia a una comunidad pierde terreno ante el individualismo extremo y la aceptación de las desigualdades porque se cree pertenecer a una clase acomodada.
Hay quien se defiende alegando que su comportamiento es consecuencia lógica de un acoso injustificado por parte del poder público, pero olvidan que todos somos criminales cuando se habla de implicación social, demostrando con estas palabras un gran egocentrismo y una gran carencia de responsabilidad, en un contexto en el que el nivel de vida no hace sino empeorar, mientras que en la calle solo se oye: « yo haría lo mismo». Es complicado educar en un contexto donde la persona que rompe las normas en beneficio particular es más valorada que quien las defiende, una idea que lleva a la reflexión sobre la pauta de vida que queremos crear el futuro.