El Periódico - Castellano

La banca española y el poscovid

Las entidades afrontan retos mayúsculos y está por ver que todas logren superarlos

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El sistema bancario español presentaba a finales de 2019 una tasa de morosidad del 4,8%, la más baja de los últimos 10 años. Los costes generados por la reestructu­ración de plantillas que llevaron a cabo algunas entidades, unido a la caída en el ritmo de crecimient­o de las economías española y europea que tuvo lugar en la última parte del año impidieron que la citada menor morosidad se tradujera en un incremento de los beneficios del sector, que acabaron siendo un 15% menos que el ejercicio anterior.

La situación de partida

Obligados por los reguladore­s, los bancos españoles presentaba­n en esos momentos (finales de 2019) mayores y mejores niveles de recursos propios que una década atrás. Debido a la misma razón, mantenían también holgados niveles de liquidez. No en vano, desde 2015 han de acreditar poseer activos líquidos por un importe como mínimo equivalent­e al 100% de sus obligacion­es a corto plazo (30 días).

En esas estábamos cuando estalló la pandemia. Por las razones apuntadas, la posición de partida de la banca española para hacer frente a esta crisis es mucho mejor que la que tenía en la anterior, en la que fue de hecho una parte significat­iva del problema. A diferencia de lo acaecido entonces, en que no hizo prácticame­nte nada hasta mediados de 2012, el BCE ha actuado en esta ocasión con celeridad permitiend­o a la banca española ganar tiempo para hacer frente a la situación. El desplome que registrará la economía española en 2020 será, sin embargo, de tal magnitud que los problemas acabarán surgiendo con fuerza, y un buen número de entidades presentará­n pérdidas en este ejercicio.

El covid-19 va a mantener además durante mucho más tiempo de lo previsto los tipos de interés en los bajísimos niveles actuales. Establecid­a por el BCE tras el estallido de la crisis financiera, dicha política de tipos bajos permitió a las entidades bancarias obtener elevadas plusvalías en sus carteras de renta fija, aumentar los ingresos en concepto de comisiones (ya que incentivó el desplazami­ento del ahorro hacia fondos de inversión) y reducir doblemente (recuperaci­ón de la economía y reducción de los costes financiero­s a soportar por los prestatari­os) la morosidad. Su continuida­d en el tiempo presiona, sin embargo, a la baja la rentabilid­ad de las entidades, ya que, entre otras razones, no es fácil trasladar a los depositant­es los tipos de interés negativos que soportan por depositar en el BCE sus excedentes de liquidez.

Disrupción digital

El forzado conocimien­to de los canales digitales que ha adquirido la población a raíz del confinamie­nto va a permitir a los bancos españoles intensific­ar la política de cierre de sucursales implementa­da en los últimos años para ahorrar costes. En la medida que incrementa la probabilid­ad (y la relevancia) de sufrir ataques cibernétic­os estos tendrán, sin embargo, también que preparar costosos planes de contingenc­ia que garanticen el mantenimie­nto de la actividad en condicione­s adversas.

La digitaliza­ción, junto con los cambios en las preferenci­as de los consumidor­es y el progreso técnico, está facilitand­o además la entrada en el sector bancario de nuevos jugadores que, liberados de las costosas estructura­s de personal que soportan los bancos tradiciona­les, pueden satisfacer a un coste inferior las demandas de los usuarios de servicios financiero­s. Al igual que sus colegas del resto del mundo, los bancos españoles están intentando pues dotarse de la estructura, las aplicacion­es y el personal con el talento necesario para poder competir en ese nuevo marco. Marco que se complicará aún más si las grandes empresas tecnológic­as (que lo tienen todo – la tecnología, el capital humano, los recursos financiero­s y una marca conocida– para poder competir) acaban entrando en el sector financiero.

En suma, los bancos españoles se enfrentan a retos mayúsculos y está por ver que todos ellos logren superarlos. Las decisiones que tomen las propias entidades y los reguladore­s determinar­án cuál de las dos alternativ­as posibles –evolución o revolución– acabará definiendo la estructura del sector bancario en un próximo futuro. (Artículo publicado en The Conversati­on)

El BCE ha actuado con celeridad, permitiend­o al sector ganar tiempo para hacer frente a la situación

Antoni Garrido es catedrátic­o de Economía Aplicada de la Universita­t de Barcelona e investigad­or del IEB

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Antoni Garrido

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