‘La marató de Nova York’ regresa con Negrié y Triola

dramas humanos que generan las crisis del sistema camufladas de progreso. Un argumento que trate las dudas morales de un político frente a su gestión puede sonar a ciencia ficción, pero nunca los personajes de Cunillé quisieron chapotear el barro de los lugares comunes, y aquí tampoco pasa.

La dirección de Barba sí que tiende a buscar cierto anclaje en el naturalismo impreciso de las situaciones, o en la ambientación que reconstruye al detalle las acotaciones. Los diálogos se ahogan al intentar conectarse con la verosimilitud de unas situaciones humeantes de extrañamiento y ricas en silencios pinterianos tratados con incomodidad. Solo Alberto Díaz como el proyeccionista logra levantar un muro de hermetismo y distancia que encaja como la pieza maestra de un engranaje que no busca conectar sus mecanismos. Sus acciones, rutinas y costumbres pertenecen a ese universo de criaturas cuya lógica es un trabajo de artesanía del misterio.

Las otras obras de Cunillé

Lejos de buscar cierres o conclusiones, la obra parece querer escapar de sí misma al final. Un último chute de materia onírica entre la irrealidad proyectada del cine y la acción de los personajes, aliento poético que tampoco consigue sacar a la propuesta de su zona de confort. Soluciones bien diferentes a las que practica Albert Arribas en otra obras de Cunillé que vemos estos días, El jardí, leída y montada como si fuera un calcetín del revés, subvirtiendo ortodoxias de la interpretación y la puesta en escena.

Completa el ciclo una pequeña joya del camarada dramaturgo de la autora de Badalona, Paco Zarzoso. Celebran los 25 años de su compañía conjunta, L’ Hongaresa, con la pieza autoficcional Piedra y encrucijada. Se trata de un inesperado harakiri escénico como pocas veces se ha visto, con el autor en escena aguantando el chaparrón de su escritura autolesiva. Razones para ir a la Beckett no faltan esta semana.

nLo más importante antes y después de salir a escena en La marató de Nova York es hacer un buen calentamiento. Aunque la apariencia física de Joan Negrié y Albert Triola es envidiable, los años no pasan en balde y si hace una década, cuando se estrenó esta comedia dramática de Edoardo Erba en La Villarroel ya notaban el esfuerzo físico que suponía, ahora el esfuerzo se nota todavía más. El tiempo pasa factura, reconocen ambos actores, que el sábado realizaron la primera función en el Aquitania, de nuevo con la dirección de Juan Carlos Martel. «Al empezar te sientes como si tuvieras que subir una montaña. Los primeros 10 minutos son los más duros. Acabamos con los gemelos muy cargados de estar todo el rato saltando sobre las puntas. Necesitamos un buen rato para ponernos crema y hacer estiramientos», reconoce Triola. «Requiere un rigor y una disciplina máximos. Nos estamos cuidando muchísimo porque el desgaste físico es brutal» añade su colega Negrié–. «Hablar durante una hora sin que se note el cansancio es complicado».

Es lo que tiene tener que aparentar durante ese tiempo ser dos amigos que se preparan para realizar la famosa prueba de fondo. «Ahora con la madurez hay frases del texto que cobran fuerza», reconoce Negrié. Ambos intérpretes, amigos desde hace 20 años, agradecen haber podido trabajar todo este tiempo, incluso ahora en estos complicados tiempos complicados del covid-19: Negrié estrenó Els Gossos y Triola Smiley. Després de l’amor.

Negrié ha retocado la traducción de la obra, cuyo mensaje sigue siendo tan válido hoy como hace 10 años. «Esta pieza habla de dos maneras de conseguir tus objetivos», comenta. El texto es una metáfora de la vida llena de preguntas como ¿por qué corremos?, ¿por qué no paramos?. En la obra Negrié encarna a Carles, un hombre fuerte y seguro de sí mismo partidario de conseguir aquello que se propone a cualquier precio. Su compañero de entrenamiento, aparentemente más débil y con más dudas acerca del reto que se han propuesto, cree que hay muchas formas de conseguir las metas que uno se plantea.

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