Una comida que es casi una droga
Consumir alimentos ricos en grasas y azúcares genera mecanismos parecidos a los de la adicción.
Nuestro estilo de vida nos impone ritmos frenéticos, incompatibles con cocinar
Ratones con dietas altas en grasa y azúcar consumen más droga y alcohol
Una de las consecuencias positivas del confinamiento durante la pandemia fue la elaboración de todo tipo de recetas en casa, hasta el punto de llegar a agotar productos como la harina. El tiempo disponible ha sido la clave de este cambio de hábitos, que por desgracia desapareció tras la vuelta a la nueva normalidad. Solo durante el confinamiento pudimos disponer del tiempo necesario para leer recetas, comprar los alimentos necesarios y elaborar los platos.
Nuestra sociedad cocina cada vez menos, pero debemos seguir alimentándonos. ¿Cuál es nuestra alternativa? Acabar en el supermercado comprando comida preparada que solo nos supondrá unos minutos en el microondas y listo. Esta forma de alimentarnos es rápida, no excesivamente cara y suele estar muy buena. Entonces, ¿cuál es el problema? El problema es que nuestra comida estará fundamentalmente constituida por alimentos ultraprocesados. O sea, platos donde no podemos llegar a identificar los ingredientes originales que los componen y que son calóricamente muy densos y ricos en aceites refinados y azúcar.
Nuestra historia evolutiva
Para entender por qué nos resulta tan apetecible una lasaña precocinada deberemos retroceder en nuestra historia evolutiva, hacia cuando el ser humano se exponía a lo largo de su vida a repetidos periodos de hambruna. Para aumentar nuestras reservas en caso de escasez, nuestro cerebro potenció el consumo de alimentos ricos en grasa y azúcares con una gran densidad calórica, haciendo que nos resultasen altamente placenteros. Aunque nuestro ambiente haya cambiado radicalmente, este mecanismo evolutivo sigue presente. Los alimentos ultraprocesados nos exponen a bombas de azúcar y grasa a las cuales nunca habíamos estado expuestos en la historia. Así se entiende la pandemia de obesidad que asola el primer mundo.
El ser humano come por necesidad, pero también come por placer. Las comidas ricas en grasa y azúcares activan una zona de nuestro cerebro, la vía mesolímbica, que forma parte del sistema cerebral de recompensa. Cualquier actividad necesaria para el mantenimiento de la vida (como la comida y el sexo) es capaz de activar esta vía, que, mediante la liberación de un neurotransmisor llamado dopamina, nos hace experimentar una sensación de placer. Pero también el alcohol o la cocaína la activan. Aunque todavía no existe un consenso, cada vez más estudios confirman la capacidad adictiva de estos alimentos. Tanto las drogas como los ultraprocesados son capaces de activar el sistema de refuerzo cerebral y de generar adicción.
Esto plantea una pregunta ¿Podría la dieta influir en el consumo de drogas? En nuestra investigación, hemos observado que los ratones que comen dietas altas en grasa y azúcar de forma continuada desarrollan obesidad y alteraciones metabólicas, y además presentan un síndrome de abstinencia cuando se les cambia a una dieta saludable (o sea, balanceada en macronutrientes). Entonces, estos animales presentan ansiedad e incrementan el consumo de alcohol y de cocaína. Pero lo más sorprendente es que algo parecido ocurre también con el consumo de atracón, en el cual el acceso a la dieta palatable está limitado a 3 días a la semana y solo durante 2 horas. Esto simula el consumo de los adolescentes durante los fines de semana, en los que se atiborran de comida basura. Nuestros ratones consumieron más cocaína y etanol, hasta dos semanas después del atracón. Estos resultados demuestran que ese patrón puede modular la respuesta del sistema de refuerzo, haciéndolo más sensible a los estímulos placenteros y favoreciendo el consumo de drogas.
Como la cocaína
Por lo tanto, cuando consumimos cualquier ultraprocesado, vamos a activar nuestro cerebro de la misma forma que lo haría la cocaína, aunque con menor intensidad. Nuestro cerebro nos va a pedir que lo repitamos. Debemos ser conscientes de lo que comemos, y no me refiero a contar las calorías, sino a elegir alimentos reales: frutas, verduras, legumbres y materias primas. En caso de productos envasados, se deben priorizar aquellos con el mínimo número de ingredientes, donde no se añadan aceites refinados o azúcares. La velocidad de nuestra vida nos impone muchas veces ritmos frenéticos, incompatibles con cocinar. Pero debemos empezar a ser conscientes de lo que estamos comiendo. Cuando esto ocurra, iremos menos al supermercado y más al mercado, o por lo menos a la sección de productos frescos del supermercado.