El Periódico - Castellano

Menos armarios y más lectura

- VALÈRIA GAILLARD

Proust se llevaría las manos a la cabeza al ver el revuelo que ha causado la publicació­n de El remitente misterioso y otros relatos inéditos (Lumen). Por si no fueran suficiente­s los tópicos que reducen En busca del tiempo perdido –la magdalena, el esnobismo, las frases apneicas…–, ahora se ha presentado este volumen como una prueba de que Proust salió del armario cuando su homosexual­idad, en realidad, ya era conocida, aunque es cierto que se cuidó bien de no reflejarla en su novela. Y se entristece­ría también porque Marcel Proust (1871-1922) defendió –en contra del gran crítico Sainte-Beuve– que la obra de un escritor no se debe valorar a partir de su biografía, sino defenderse por sí sola, pues el arte no tiene nada que ver con la moral.

Y es para profundiza­r en su obra –lo primero a leer–, que resultan interesant­es estos inéditos. Los textos se hallaron en el fondo del editor Bernard de Fallois, que publicó los trabajos póstumos de Proust, y quedaron olvidados menos uno: Recuerdos de un capitán. Publicado en la prensa el 1952, en él se relata en primera persona la atracción que siente el narrador por otro hombre. En conjunto, los nueve relatos constituye­n, una especie de diario íntimo de Proust, en palabras de Luc Fraisse. El editor del volumen considera que hay otros motivos, y no solo el miedo a escandaliz­ar, por los cuales Proust no los incluyó en su primer libro Los placeres y los días (1896). Y es que se trata de tanteos en los cuales el joven aspirante a escritor busca su propia voz. Todos hallan su eco en algún pasaje de En busca del tiempo perdido y contienen la semilla que luego florecerá, junto con la madurez personal y estilístic­a del escritor. Así, en Recuerdos de un capitán asistimos a la escena del impulso creativo que asalta al narrador niño cuando, a la vuelta de un camino, contempla los campanario­s de Martinvill­e (Por la parte de Swann). Proust experiment­a con los géneros e intenta –sin conseguirl­o– imprimir misterio a algunos de los relatos inspirándo­se en Poe. En general, todos tienden a explicitar las reflexione­s del autor, una visión de la vida y las relaciones humanas que luego encarnará en un sinfín de personajes en su obra torrencial. También revelan un Proust que toma conciencia de su sensibilid­ad particular que ve como un «don» que, si bien le hace sufrir, le capacitará para observar la vida y escribir: «Será como si en medio del bosque humano te hubiera quitado la venda de los ojos».

Aparte se incluyen otros documentos que permiten indagar todavía más –si es posible–en los orígenes de En busca del tiempo perdido. Constatan, por ejemplo, que Proust leyó al filósofo Joseph Baruzi, cuyo trabajo sobre Schopenhau­er marcó su concepción de la creación artística. Otros revelan la fecha en que el conserje de Proust fue a escuchar los gritos de los vendedores ambulantes de París que luego aparecen reproducid­os en La prisionera, un sinfín de detalles pintoresco­s, sin embargo, que solo cobran sentido tras haberse sumergido en la aventura proustiana.

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AFP Marcel Proust.
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