Alud de cerrojazos en el Gòtic
Las restricciones sanitarias ahogan el comercio del barrio, con la arteria del Portal de l’Àngel bajo mínimos
Si un motor mantenía viva la menguada actividad comercial en el barrio Gòtic desde la pandemia era el Portal de l’Àngel. La gran calle de las multinacionales, con sus alquileres de infarto, seguía siendo un polo de atracción local pese a la desertización de muchas de sus calles secundarias anexas a causa de la paralización del turismo. Pero las últimas restricciones al comercio que impiden la apertura de establecimientos de más de 400 metros cuadrados y el cierre de todo comercio no esencial los fines de semana ha castigado como nunca al epicentro comercial de la ciudad. Sin la excusa de tiendas ni bares o restaurantes, el eje de Barna Centre exhibe una parálisis inaudita y lleva a la asociación de comerciantes a exigir al ayuntamiento ayuda urgente.
Desde el final del confinamiento, el corazón de Barcelona ha sufrido un cataclismo comercial que se inició con la ausencia del turismo que llenaba sus calles y también con la menor afluencia de público del resto de Catalunya que ha dejado de venir de compras ante las restricciones de movilidad y las limitaciones para circular en coche por el Eixample y Ciutat Vella. Ejes como el Gòtic o el Born superan ya el 30% de establecimientos cerrados, en un entorno de incertidumbres y continuos ajustes de las medidas contra el covid-19.
En estos meses, los primeros en caer han sido los establecimientos en manos de autónomos o los pequeños comercios, con menor pulmón, salvo los casos de alquileres antiguos que puedan estar algo más contenidos. Las grandes marcas pueden capear la crisis multiplicando su venta online, enfatizan desde la asociación Barna Centre. En verano las primeras calles en mostrar inequívocos signos de alarma fueron Ferran y Jaume I, vías de gran tránsito turístico como nexo entre el Born y la Rambla, a las que fueron sumándose otras, con cientos de persianas bajadas o negocios en traspaso. La esperanza para muchos era sobrevivir al invierno gracias a las campañas de Navidad y de rebajas. Pero la primera no ha bastado como colchón, y la segunda ha pinchado por obra de las restricciones desde el día siguiente de Reyes.
De hecho, según las cifras facilitadas esta semana por Pimec Comerç, un 75% de las pequeñas y medianas empresas del sector han perdido ventas en estas rebajas, que llegan a ser más del 50% de la facturación para casi un tercio de los operadores.
Ese panorama lleva a la histórica asociación a reclamar al consistorio un plan pendiente para el centro, que pase por multiplicar la
actividad de oficinas e innovación en edificios en desuso, dotando de más vida a la zona, que genere también un cliente de proximidad. También a incentivar la oferta singular y de calidad. Y, sobre todo, de gestionar el potencial cultural para crear un imán ciudadano, en la línea que también reivindica la Rambla.
Futuro sin alicientes
Teresa Llordés, presidenta de Barna Centre, la red de establecimientos que se teje en las calles que confluyen en Portaferrissa y el Portal de l’Àngel asiste con mucho miedo a una crisis cada vez más enrocada, en particular en la zona. «Nos preocupa el futuro, porque del tercio de tiendas que han desaparecido la mayoría eran pequeñas y aportaban variedad», relata. Una parte siguen cerradas esperando al mejor postor, y otras han sido relevadas y no siempre con la calidad que quisiera preservar Barna Centre.
Han aflorado comercios que bajo la apariencia de ropa o camisetas enfocan a los suvenires para burlar la normativa que limita la proporción de estos artículos en las nuevas aperturas, preparando tramposamente el camino hacia el previsible retorno de viajeros en unos meses o el próximo año. También brotan establecimientos de complementos para teléfonos. Pero apenas hay aperturas que aporten valor cualitativo a la ruta del centro, lamenta Llordés.
Sin ir más lejos, además de la escabechina que viven las callecitas comerciales de segunda línea, destaca el caso de Portaferrissa, con una decena de locales disponibles, pero donde casi una treintena han cerrado en el último año. Hay relevos, pero pasan por oportunidades de precio (escasas) o por inversores foráneos (en especial asiáticos) dispuestos a invertir para despachar producto barato y con altos márgenes.
Así lo confirma Ángela Sánchez, directora de Retail de la consultora especializada Laborde Marcet, quien asevera que la disponibilidad de establecimientos en calles de primer nivel (tanto en el Portal de l’Àngel -aunque aún estén operativas y no exhiban el correspondiente cartel-, como en el paseo de Gràcia o Portaferrissa) dibuja un escenario que no se vio ni durante la crisis iniciada en el 2008. Entonces el turismo no flaqueó y tiró del carro en el centro de la ciudad, algo que ahora no sucede. La especialista afirma que pese a la actual coyuntura aún son muchos los propietarios de perfil patrimonialista que prefieren estar cerrados a ajustar sus precios. Y también aspiran a la oferta económica más alta, aunque ello suponga ubicar un gran supermercado de 24 horas al lado del paseo de Gràcia, como ya sucedió. En estos momentos, no faltan inversores que trabajan con productos ‘low cost’ pero con grandes volúmenes de ventas interesados en desembarcar en pleno centro de Barcelona, relata. Una libertad de mercado que implica el riesgo de depreciar el valor posterior (de venta) del inmueble, o de los alquileres más cercanos.
Ante la gran crisis que vive el centro, aboga por un ajuste de las rentas en algunas calles que permita la viabilidad de negocios autóctonos y que ofrezcan variedad. «El turismo de los dos últimos años en Barcelona era de menor poder adquisitivo y los alquileres no eran acordes a ese cliente», mantiene.