‘Testimoni de guerra’
Hay una fascinación evidente en Pau Carrió por los dos personajes reales de la propuesta que ha estrenado en la Sala Tallers del TNC. Testimoni de guerra recoge los pasos del fotoperiodista sudafricano Kevin Carter (1960-1994) y de la reportera estadounidense Marie Colvin (1956-2012). Ambos tuvieron reconocido trabajo y final trágico. Él se suicidó a los cuatro años de ganar el Pulitzer con una imagen de impacto sobre la hambruna en Sudán: una abatida niña desnutrida con un buitre al fondo. Ella murió en Siria, víctima de un ataque de la fuerzas del presidente Al Asad mientras cubría el sitio de Homs para el Sunday Times. Dejaba atrás una trayectoria enorme con su seguimiento de conflictos en Kosovo, Libia, Timor Oriental, Sri Lanka -donde perdió un ojo al ser alcanzada por metralla- y Afganistán.
El homenaje de Carrió, autor y director, a Carter y Colvin es austero en grado extremo: monólogos a quemarropa (uno detrás de otro), espacio desnudo, discreto juego con la iluminación y apenas un par de ráfagas musicales. Igual podía haber jugado un poco más con la dramaturgia, por ejemplo intercalando a ambos protagonistas. Pero lo que quería contar está por encima de todo, y para ello convocó a un actor de confianza, Pol López, y a una actriz igual de solvente como Laura Aubert.
Despachan con nota, en un trabajo interpretativo cimentado sobre la palabra, la intensidad y el drama de dos vidas segadas de forma abrupta. Él, por ejemplo, ni el gesto hace de disparar fotos cuando se refiere a su trabajo. Ella, por su parte, poco más que quitarse el chaleco antibalas en su movimiento por la escena.
El minucioso texto de Carrió nos lleva a debates
conocidos, y aún necesarios, alrededor de la figura del corresponsal de guerra, hoy en una crisis aún mayor que la de los propios medios. A Carter, de vida tan arriesgada en el trabajo como disoluta en sus horas libres, le persiguieron siempre los oscuros interrogantes acerca de por qué no ayudó a aquella niña y qué pasó con ella. Ni sus respuestas lógicas los acallaron. Colvin, mientras, se enfrentó al dilema de si le valió la pena el enorme sacrificio de llegar al escalafón alto de la tribu de reporteros que recorren el mundo dando voz a las víctimas de conflictos.
Esa voluntad de realzar una labor impagable lleva a Carrió a una exposición prolija y descriptiva en exceso de los entornos por los que se movieron Carter y Colvin. El montaje se convierte así en una brillante lección de historia reciente que, de alguna manera, acaba minando algo la aproximación psicológica a los dos personajes.
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