El candidato y los figurantes
Cuando se anunció la candidatura del socialista Salvador Illa el 30 de diciembre pasado se levantó un clamor entre los otros partidos exigiéndole su inmediata renuncia al Ministerio de Sanidad. Le acusaron de que iba a utilizar el cargo para su beneficio electoral. Su papel como ministro era un activo y deseaban que dimitiera cuanto antes. Hasta aquí, lógico. El martes cesó tras asistir al último Consejo de Ministros y sus rivales le han puesto a caldo por dejar el puesto en medio de la terrible tercera ola y le califican del peor ministro de Sanidad de la UE. Es evidente que las dos cosas al mismo tiempo no pueden ser ciertas. No se entiende que haciéndolo tan mal como dicen ahora le reprochen que abandone el cargo cuando semanas atrás le reclamaban lo contrario. Esta suma de incoherencias que comparten PP, Podemos, ERC, Cs, Junts, CUP y Vox contra el exministro revela que en la campaña solo hay un candidato de verdad a presidir la Generalitat y el resto son figurantes.
En su gestión al frente de Sanidad ha cometido errores, evidentemente, pero ha afrontado la peor crisis sanitaria en un siglo desde una actitud honesta y un tono templado, con un sentido de la lealtad institucional a prueba de puñaladas, como servidor público por encima de todo. Illa se ha ganado la fama de hombre bueno, firme y educado. Las tres cosas juntas son poco habituales en nuestra crispada y rastrera vida política.
Por eso su candidatura es diferente a la de los demás y le da una estatura presidencial que nadie más tiene. Aparece como el único capaz de superar el bloqueo de la política catalana y de vencer al separatismo no desde la bronca sino por elevación, pasando página al ‘procés’ sin odios ni rencores, pero también sin más concesiones a un nacionalismo que nunca tiene suficiente. El resultado electoral está muy abierto, cualquier cosa es posible, pero sin Illa la Catalunya que quiere salir de la parálisis para volver a las cosas que de verdad importan tendría pocas esperanzas.