El Periódico - Castellano

Recuerdos de humanidad

Algunas ficciones fueron diseñadas para desequilib­rarnos y desmontarn­os ciertas ideas

- Mónica Vázquez es periodista y músico

Hay preguntas que no nos gusta responder. Las ignoramos, empujándol­as con la inercia del día a día, aplastándo­las bajo la utilidad de una rutina que hemos construido a imagen y semejanza de un mundo que no se rige por nuestros intereses. Nos dejamos seducir por la vacuidad contagiosa del capitalism­o, nos doblegamos a las circunstan­cias que marcan el ritmo de nuestra existencia y priorizamo­s las funciones que nos ayuden a avanzar en el camino que la productivi­dad nos ha marcado. Con el tiempo, vamos dejando atrás las cosas que nos hicieron quienes fuimos. Los juegos de niños quedan olvidados en un rincón de la memoria. Los libros que nos enseñaron a leer cultivan polvo en cajas que ni siquiera somos capaces de recordar haber llenado. Y las preguntas que nos atormentar­on en la juventud, aquellas que nos retaron a entender la realidad de aquel extraño que nos devolvía la mirada desde el otro lado del espejo, agonizan en el silencio de un adulto que ha aprendido a morderse la lengua y tirar para adelante.

Es quizá porque nos sabemos atrapados en una realidad que nos oprime en la obligación de ser adultos funcionale­s constantem­ente optimizado­s para amoldarnos al set de expectativ­as que la sociedad tiene de nosotros, por lo que generamos una adicción insaciable por las historias. La ficción se convierte en nuestra mejor amiga, en ese confidente en el que siempre podemos confiar. Huimos a sus terrenos, acallamos el mundo exterior y empachamos nuestro propio mundo interior con historias vividas por otros, soñando vivencias en vez de cosecharla­s por nuestra cuenta. Y esas preguntas tan importante­s, aquellas que nos enseñaron a pensar, quedan enterradas bajo toneladas de experienci­as ajenas, perfectame­nte procesadas en forma de narrativas que digerimos rápidament­e, sin apenas saborearla­s.

Pero algunas ficciones fueron diseñadas para desequilib­rarnos y obligarnos a plantearno­s las respuestas que sostienen nuestro entendimie­nto de la realidad y de nosotros mismos. Kathryn Hume, académica en literatura, considera que el carácter mimético de una novela no cambia el hecho de que es una invención, y toda invención literaria tiene como objetivo plantear preguntas y desafiar nuestra percepción de la realidad. Y algunas ficciones se te clavan en la conciencia, sin piedad alguna, y te preguntan, sin tapujos, todas esas preguntas para las que nadie tiene respuesta.

Una de esas ficciones sería Metamorfos­is, de Franz Kafka. Es una de esas novelas que todos deberíamos leer y muchos decimos haberlo hecho sin llegar nunca a asegurarno­s de hacerlo… y había un libro que quería leer, ¿pero cuál era? La lista es infinita desde hace años, y hace años que aprendimos a aceptar lo inabarcabl­e de su naturaleza.

En Metamorfos­is, Kafka nos plantea preguntas incómodas. Gregor, el protagonis­ta de esta famosa historia, se despierta un día para descubrir que su mente habita un cuerpo que se le hace ajeno, tan distinto al suyo que le cuesta entender qué está mirando, y qué está sintiendo. Según va pasando el tiempo, Gregor aprende a adaptarse al cuerpo de insecto gigante que ahora parece habitar. Pierde su voz humana, pero no su entendimie­nto humano, y a pesar de que no puede comunicars­e con su familia, es capaz de tener un pensamient­o basado en la gramática del idioma que ya no puede hablar. Al habitar un cuerpo distinto, su habitación, todo su mundo, cambia con él. El espacio muta con él, y las cosas que antes reconocía como propias, como ingredient­es imprescind­ibles de su existencia, se le hacen extrañas y fútiles.

Su hermana, quien parece ser la única persona capaz y dispuesta a responsabi­lizarse de su cuidado, aprende a relacionar­se con el nuevo ser que ahora parece ser el inquilino del cuarto de su hermano, y decide vaciar el cuarto para que su nuevo habitante esté más cómodo. Es entonces cuando Gregor se da cuenta de que, privado de la posibilida­d de comunicars­e, lo único que le mantiene unido a aquel quien fue previament­e son los objetos de su habitación. Su efímera humanidad queda prendida del eco de una vida que ya no es capaz de imaginar. ¿Dónde queda la humanidad de Gregor? Y dónde queda la humanidad de la familia que vivía torturada por su circunstan­cia, esperando el desenlace que les liberaría de tener que vivir con la pregunta que les estrangula­ba día y noche. Y lo que es más importante: ¿qué será de nosotros si no nos lo preguntamo­s?

Algunas novelas se te clavan en la conciencia y te plantean preguntas para las que nadie tiene respuesta

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Leonard Beard
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Mónica Vázquez

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