Agenda 2030: motivos de sospecha
Uno de los grandes problemas de las democracias representativas es la falta de compromiso de una gran parte del electorado. Es comprensible que ante un ámbito de decisión muy lejano, como el estatal o el supraestatal, nos dejemos llevar por la inercias y no nos preocupemos de indagar el porqué de ciertas decisiones de los gobernantes. Y este desinterés supone un riesgo para la democracia y las libertades, porque en estos foros se toman decisiones que directamente nos conciernen y que pueden cambiar dramáticamente nuestra vida cotidiana.
La Agenda 2030 entra en dicha categoría de decisiones. Promovida por la ONU y entusiásticamente adoptada por entidades tan discutibles como el Foro de Davos, esa tenida anual de gobernantes y grandes plutócratas, ha pasado a ser uno de los ejes de actuación fundamentales de muchos gobiernos occidentales. Hay motivos de sospecha. Se nos vende como un proyecto de reforma socioeconómica por el bien de las personas y el planeta, bellas frases hechas enmarcadas en imágenes de verdes praderas, parques eólicos y ciudadanos de beatífica sonrisa. Huele sospechosamente a propaganda, y uno se pregunta desde cuándo a esos mismos políticos incapaces de mirar más allá de las próximas elecciones les preocupa que en 30 años se hundan bajo el mar las islas Maldivas, y desde cuándo a los multimillonarios que controlan la economía les quita el sueño el bienestar de los más desfavorecidos.
Se nos deja caer que por el bien del planeta y la justicia social deberemos renunciar a la propiedad de muchas cosas y a vicios como el coche, los viajes en avión o incluso la carne, y pagar aún más impuestos. Estos sacrificios ciertamente no afectarían a las élites que buscan imponérnoslos a nosotros. Y es que las manipulaciones más eficaces son aquellas que recurren a causas justas para ofrecer una solución maliciosa. Por tanto, resulta imperativo explicar a la ciudadanía las implicaciones de la Agenda 2030 y someter su implementación a consulta popular.