Wuhan, el orgullo de la misión cumplida
Un año después de que Wuhan iniciara un encierro de 76 días que en su dureza no ha tenido réplicas, el virus es solo un recuerdo en la ciudad china, que suma ya ocho meses seguidos sin contagios. Sus habitantes han sido elevados a la categoría de héroes p
Solo las ubicuas mascarillas evocan el lejano paso del virus por aquí. No hay más rastro en la ciudad que (supuestamente) lo alumbró y lo llevará en su apellido para siempre. Los bares y restaurantes, los centros comerciales y las calles… todo remite a una normalidad tediosa de profundidad abisal a la que llega el periodista con más páginas por llenar que ideas. Otras coberturas exigen un cribado de temas y aquí urge encontrarle la veta excepcional al magma cotidiano.
Cualquier ciudad del mundo es más idónea hoy para hablar del coronavirus. Incluso Pekín, amenazada por un rebrote y los nuevos tests de detección anales. ¿La preceptiva historia humana del que perdió a un familiar? No ofrece Wuhan ningún hecho diferencial. La excepcional dificultad de encontrar aquí a alguien que perdió un familiar sirve contra los que opinan que China esconde una mortandad bajo la alfombra. No es un criterio científico pero tampoco lo eran las fotografías de urnas o las bajas de telefonía que apuntalaron lo contrario. ¿Quizá las cicatrices económicas? No cuesta encontrar negocios que no resucitaron tras el encierro pero la comparación con el tsunami en Occidente es obscena.
¿Las secuelas psicológicas? Ahí hay algo. Ninguna de las cuarentenas replicadas en el mundo rozó la dureza de la original. Esos 76 días sin pisar la calle ni las tranquilizadoras certezas posteriores pesan aún en los más mayores mientras los jóvenes, cuenta la propietaria de un restaurante de ensaladas en el distrito universitario, se preocupan más por la vida sana. ¿Los críticos con el Gobierno local por las trapacerías del inicio? Hecha también, con el necesario contexto de que son una minoría porque al resto le basta un vistazo a la gestión global para apreciar la de casa.
Los voluntarios, pues. Fue una red enorme, miles de ciudadanos, que se volcaron para que a los confinados no les faltara nada. No cuesta encontrarlos en Wuhan ni que confiesen bajando la voz que se enrolaron para regatear el encierro. Hubo de todo, desde partisanos solitarios a asociaciones como la de Jenny, sinocanadiense y orgullosa de que nadie repartió más comida, medicinas ni mascarillas en los días de plomo, tras replicar la prusiana organización de su compañía inmobiliaria.
Un centro de convenciones que había servido de hospital improvisado ofrece la socorrida crónica de la propaganda china, tan pueril y mohosa que se escribe sola. Acogía hasta la semana pasada una exhibición sobre la victoria popular contra el coronavirus tan prolija en lo mucho bueno que se hizo como amnésica para lo malo. Cumplido también el trámite con la aclaración de que no se creen más la exposición los chinos que nuestros padres el Nodo franquista.
Persiste cierto resquemor aquí por responsabilizar a sus hábitos culinarios de la pandemia. La joven Ren no recuerda nada extraño del mercado Huanan, ahora vallado, y cita los conejos como lo más raro de aquel zoológico antes que a las serpientes degolladas en caliente, otro recordatorio de esa arrogancia occidental que impone al mundo sus arbitrarios criterios sobre qué es comestible. Recibían los wuhaneses esta semana con extrañeza al aluvión de periodistas internacionales. Ni el aniversario de aquel inédito cerrojazo, ni la delegación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que investiga la génesis pandémica son relevantes para quien hizo sus deberes. Aquel drama ha quedado enterrado bajo ocho meses sin contagios y en los wuhaneses late el orgullo de la misión cumplida. Nunca fueron los más queridos en China, pero hoy son glosados como héroes nacionales por taponar la expansión del virus con su sufrido confinamiento. Son conocidos en China como pájaros de nueve cabezas y entre las variadas interpretaciones, como la inteligencia privilegiada o su habilidad para los negocios, se agarran hoy a la dificultad de matarlos. «Son duros y aquella experiencia les dio la oportunidad de demostrarlo», cuenta un extranjero llegado aquí 20 años atrás.
Recuperada pero alerta
La noticia en Wuhan, queda dicho, reside en lo prosaico. Una ciudad que ha recuperado su pulso, con sus fiestas multitudinarias y jóvenes amontonados en clubes, pero que sigue alerta a las chispas. Dos semanas atrás se supo que un turista contagiado del norte había paseado por la principal calle comercial y la ciudad se vació hasta que el Gobierno la desinfectó y testó a miles de personas. Wuhan sublima el celo de China, quizá porque los anteriores líderes fueron purgados por arrastrar los pies y ninguna ciudad ha sufrido más. Lamentan en la tienda de recuerdos de la Pagoda de la Grulla Amarilla, privilegiado observatorio urbano, que tampoco sus compatriotas les hayan empatado y el rebrote del norte les arruinará las vacaciones de Año Nuevo.
Diez días de esta ciudad de espesa bruma y gobernada por el Yangtsé que durante siglos inspiró a poetas y trajo prosperidad dejan la noticia más necesaria: la tediosa normalidad también es posible en tiempos del coronavirus.
Ninguna de las cuarentenas por el covid-19 roza la dureza de los 76 días de esta ciudad china Los wuhaneses, héroes nacionales, son conocidos como pájaros de nueve cabezas