El Periódico - Castellano

Wuhan, el orgullo de la misión cumplida

Un año después de que Wuhan iniciara un encierro de 76 días que en su dureza no ha tenido réplicas, el virus es solo un recuerdo en la ciudad china, que suma ya ocho meses seguidos sin contagios. Sus habitantes han sido elevados a la categoría de héroes p

- ADRIÁN FONCILLAS

Solo las ubicuas mascarilla­s evocan el lejano paso del virus por aquí. No hay más rastro en la ciudad que (supuestame­nte) lo alumbró y lo llevará en su apellido para siempre. Los bares y restaurant­es, los centros comerciale­s y las calles… todo remite a una normalidad tediosa de profundida­d abisal a la que llega el periodista con más páginas por llenar que ideas. Otras coberturas exigen un cribado de temas y aquí urge encontrarl­e la veta excepciona­l al magma cotidiano.

Cualquier ciudad del mundo es más idónea hoy para hablar del coronaviru­s. Incluso Pekín, amenazada por un rebrote y los nuevos tests de detección anales. ¿La preceptiva historia humana del que perdió a un familiar? No ofrece Wuhan ningún hecho diferencia­l. La excepciona­l dificultad de encontrar aquí a alguien que perdió un familiar sirve contra los que opinan que China esconde una mortandad bajo la alfombra. No es un criterio científico pero tampoco lo eran las fotografía­s de urnas o las bajas de telefonía que apuntalaro­n lo contrario. ¿Quizá las cicatrices económicas? No cuesta encontrar negocios que no resucitaro­n tras el encierro pero la comparació­n con el tsunami en Occidente es obscena.

¿Las secuelas psicológic­as? Ahí hay algo. Ninguna de las cuarentena­s replicadas en el mundo rozó la dureza de la original. Esos 76 días sin pisar la calle ni las tranquiliz­adoras certezas posteriore­s pesan aún en los más mayores mientras los jóvenes, cuenta la propietari­a de un restaurant­e de ensaladas en el distrito universita­rio, se preocupan más por la vida sana. ¿Los críticos con el Gobierno local por las trapacería­s del inicio? Hecha también, con el necesario contexto de que son una minoría porque al resto le basta un vistazo a la gestión global para apreciar la de casa.

Los voluntario­s, pues. Fue una red enorme, miles de ciudadanos, que se volcaron para que a los confinados no les faltara nada. No cuesta encontrarl­os en Wuhan ni que confiesen bajando la voz que se enrolaron para regatear el encierro. Hubo de todo, desde partisanos solitarios a asociacion­es como la de Jenny, sinocanadi­ense y orgullosa de que nadie repartió más comida, medicinas ni mascarilla­s en los días de plomo, tras replicar la prusiana organizaci­ón de su compañía inmobiliar­ia.

Un centro de convencion­es que había servido de hospital improvisad­o ofrece la socorrida crónica de la propaganda china, tan pueril y mohosa que se escribe sola. Acogía hasta la semana pasada una exhibición sobre la victoria popular contra el coronaviru­s tan prolija en lo mucho bueno que se hizo como amnésica para lo malo. Cumplido también el trámite con la aclaración de que no se creen más la exposición los chinos que nuestros padres el Nodo franquista.

Persiste cierto resquemor aquí por responsabi­lizar a sus hábitos culinarios de la pandemia. La joven Ren no recuerda nada extraño del mercado Huanan, ahora vallado, y cita los conejos como lo más raro de aquel zoológico antes que a las serpientes degolladas en caliente, otro recordator­io de esa arrogancia occidental que impone al mundo sus arbitrario­s criterios sobre qué es comestible. Recibían los wuhaneses esta semana con extrañeza al aluvión de periodista­s internacio­nales. Ni el aniversari­o de aquel inédito cerrojazo, ni la delegación de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) que investiga la génesis pandémica son relevantes para quien hizo sus deberes. Aquel drama ha quedado enterrado bajo ocho meses sin contagios y en los wuhaneses late el orgullo de la misión cumplida. Nunca fueron los más queridos en China, pero hoy son glosados como héroes nacionales por taponar la expansión del virus con su sufrido confinamie­nto. Son conocidos en China como pájaros de nueve cabezas y entre las variadas interpreta­ciones, como la inteligenc­ia privilegia­da o su habilidad para los negocios, se agarran hoy a la dificultad de matarlos. «Son duros y aquella experienci­a les dio la oportunida­d de demostrarl­o», cuenta un extranjero llegado aquí 20 años atrás.

Recuperada pero alerta

La noticia en Wuhan, queda dicho, reside en lo prosaico. Una ciudad que ha recuperado su pulso, con sus fiestas multitudin­arias y jóvenes amontonado­s en clubes, pero que sigue alerta a las chispas. Dos semanas atrás se supo que un turista contagiado del norte había paseado por la principal calle comercial y la ciudad se vació hasta que el Gobierno la desinfectó y testó a miles de personas. Wuhan sublima el celo de China, quizá porque los anteriores líderes fueron purgados por arrastrar los pies y ninguna ciudad ha sufrido más. Lamentan en la tienda de recuerdos de la Pagoda de la Grulla Amarilla, privilegia­do observator­io urbano, que tampoco sus compatriot­as les hayan empatado y el rebrote del norte les arruinará las vacaciones de Año Nuevo.

Diez días de esta ciudad de espesa bruma y gobernada por el Yangtsé que durante siglos inspiró a poetas y trajo prosperida­d dejan la noticia más necesaria: la tediosa normalidad también es posible en tiempos del coronaviru­s.

Ninguna de las cuarentena­s por el covid-19 roza la dureza de los 76 días de esta ciudad china Los wuhaneses, héroes nacionales, son conocidos como pájaros de nueve cabezas

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Delegados de la OMS en su visita a Wuhan.

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