«El odio y la venganza pueden convertir a una persona en un monstruo»
Un pueblo vasco, Hondarribia, y una fecha, el 8 de agosto de 2019, son el escenario del primero de los asesinatos de mujeres que ficciona ‘La hora de las gaviotas’, que ha presentado en BCNegra.
Está saboreando Ibon Martín (Donosti, 1976) la excelente acogida de su nueva novela de suspense, La hora de las gaviotas (Plaza&Janés), uno de los tres libros más vendidos la semana pasada en España y ya con una segunda edición. Un asesinato en las primeras páginas, luego habrá más, lleva a su suboficial Ane Cestero hasta Hondarribia el día de la celebración del Alarde, el 8 de septiembre, uno de esos «anacronismos» en el que muchas mujeres son abucheadas y vejadas por desfilar como soldados.
— ¿Sabe que no le harán hijo predilecto de Hondarribia? —
Ya. El Alarde es algo que causa vergüenza. Y lo sorprendente es que muchas jóvenes están también en contra de la participación de la mujer y abuchean a las tropas mixtas. La pedagogía que se ha hecho en ese pueblo en los últimos años es más de confrontación que de otra cosa. Me apetecía empezar ahí la novela, con esa tensión, con esa carga de odio y con el asesinato cruel y despiadado de una mujer.
— El odio es gasolina para usted. —
El odio y la venganza, que van de la mano, se pueden desbordar convirtiendo a una persona aparentemente normal en un monstruo.
— La acción se desarrolla en 16 trepidantes días y no deja resuello al lector. ¿Cómo lo hace? —
Para mí, y para cualquier escritor de novela negra, es básico no dejar cabos sueltos. Todas las historias paralelas que vas abriendo se tienen que ir cerrando con una buena lógica. Y para que lo que ha empezado muy en alto no decaiga hago un cronograma enorme, con muchísimos pósits, y busco que la tensión esté repartida. Siempre trabajo desde una localización, en este caso Hondarribia. A partir de ahí indago acerca de qué me encaja en ese escenario transfronterizo, que es muy distinto al de la novela anterior, La danza de los tulipanes, que pasaba en Urdaibai en invierno.
— ¿Le asesoran sus amigos de la Ertzaintza para que sea verosímil ? —
Es clave. Tengo una red de ertzainas a los que voy consultando según el tema. Desde salvamento a seguridad ciudadana, pasando por investigación y por puestos de mando en comisaría. Depende de la duda que tenga recurro a uno o a otro. Y les hago dudar: ‘Ojalá a algún malhechor no se le ocurra esto que expones porque no sé qué respuesta le daríamos’, me han llegado a reconocer.
— ¿En quién se inspira la suboficial de la Erztaintza al mando? —
Ane Cestero tiene un poco de aquí y de allá. Tiene cosas de mí y de gente de mi entorno. Entre ella y Julia, su compañera, me veo yo muy reflejado.
— Le resulta muy cómodo, dice, escribir desde el punto de vista de una mujer. En este caso para denunciar ciertas actitudes. —
Sí. El machismo, la intolerancia... son los grandes cánceres de este mundo. Que tantas actitudes machistas sigan enquistadas, como padre de una niña de 6 años, me
— Muchas veces, cuando estoy leyendo yo una novela, busco mapas del lugar donde se ubica para ver cómo es. Y cuando escribo yo intento ir más allá. Quiero que todo esté tan profusamente descrito que el lector no necesite esa foto porque ya se la doy yo. Y un mapa incluso en el reverso de la tapa del libro. Quizá porque empecé haciendo guías de Euskadi y conozco muy bien el terreno del que hablo. El objetivo es que, en este caso, alguien que no conozca Hondarribia y la desembocadura del Bidasoa y lea la novela camine por la subida de la calle mayor hasta el castillo, el parador, y lo reconozca como su hubiera estado antes.
—Lo que quizá muchos de sus lectores no sepan es que se documenta sobre el terreno, pero después escribe desde la distancia. —
Sí. Y de hecho le diré que me inspiro mejor en la Costa Daurada que frente al Cantábrico. En concreto en Mont-roig del Camp, en el Baix Camp, donde paso parte del año. En Donosti escribo en una biblioteca, en una cafetería, a veces me voy a la Concha con una libreta..., pero en Mont-roig del Camp me voy a la playa al alba, me doy un baño, me siento en un chiringuito que no abre hasta el mediodía y durante cinco horas estoy yo solo, con el mar y las gaviotas, y de allí van surgiendo estas tramas. Es perfecto poner distancia física del lugar sobre el que estoy escribiendo. Mi mente trabaja mucho mejor.
— ¿Cómo es su relación con las gaviotas? —
«Para desarrollar las novelas cambio la costa cantábrica por la Costa Daurada. Me inspiro mejor en Mont-roig del Camp»
De amor-odio. Quedan bien en el cielo, con sus graznidos, con esa carcajada. Dan un toque marinero al paisaje, pero qué tensión cuando las tienes a tocar, con esa mirada torva y desconfiada. Si hasta rebuscan en las mochilas de los bañistas. En Donosti vivo cerca del mar, pero no en la orilla, y me despiertan cada mañana. Anidan en el tejado de un colegio que tengo frente a mi casa. Las oigo mucho antes de que lleguen los críos. Son mi despertador.
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