El Periódico - Castellano

Messi da la victoria al Barça y reivindica su valor con un golazo.

El capitán salió activado al campo, cabreado con los bilbaínos y el filtrador y marcó un golazo de falta. Griezmann, discutido por su coste, va camino de justificar su fichaje con el sexto gol del mes.

- JOAN DOMÈNECH

Más temible que Messi es Messi cabreado. Debiera saberlo más que nadie el Athletic, que conoce desde hace tiempo las dos caras del astro del Barça. Messi saltó ya cabreado al campo, ayer: con sus rivales que le guindaron la Supercopa (y le expulsaron) y con el filtrador de su contrato. Y, como ha demostrado decenas de veces, vehiculó el enojo a través de su arte. Mediante la pelota. Mientras fuera del césped se debate la pertinenci­a de los 555 millones que cobra desde 2017, el capitán del Barça reivindicó su incalculab­le valor, honrando el contrato que tiene.

Messi dirigió el triunfo que remató Griezmann, que a diferencia de su ilustre compañero no ha justificad­o aún la cuantía de su coste, uno de los más onerosos de la historia del club. El francés anda en ello con una encomiable constancia desde que empezó el año. Anotó el sexto gol del renacer del Batrça, que volvía por fin al Camp Nou (un mes después) y volvía al segundo lugar de la tabla (cuatro meses después).

Otra noche de Liga

Un mano a mano de Messi con Simón y una escapada de Dembélé abortada por Iñigo recordaron al Athletic que estaban en el Camp Nou y que la noche iba a ser diferente. O sería como las de la Liga desde 2001, año de la última victoria rojiblanca en el estadio.

Ausente Busquets, De Jong quedó atado a la función de pivote para construir el juego y, si la evolución de la jugada lo permitía, intercambi­aba la posición con Pjanic de interior derecho. La jugada debía durar para que se produjera esa permuta, pero duraban poco. Los azulgranas jugaron con algo de ansiedad por reparar la última experienci­a de la Supercopa. Pjanic, sin embargo, conectó un gran cabezazo llegando desde atrás.

De Jong defendió los saques aéreos y el rigor en los marcajes recuperó la imagen de un Barça fiero. Nada que ver con el estilo contemplat­ivo de la Supercopa. Hasta Messi corría a la presión, implicado con el equipo, cabreado con los bilbaínos y con el filtrador de su contrato. El contador de faltas del Barça anduvo por delante de la del Athletic en el inicio; la tendencia, luego, siguió su curso natural.

Pero de una falta nació el gol de

Messi –una obstrucció­n sin balón que vio Mateu Lahoz, que había estudiado los antecedent­es- y de otra apareció la primera ocasión rojiblanca. Hubo estopa y fricción –hasta De Jong se acordaba del cabezazo en la cara -, y en la gresca contrastab­a la delicadeza de Pedri, tierno y frágil para darle cariño a la pelota, a quien sus rivales respetaron, sin voltearle ni una vez. No llegaron a tiempo por el radar que se ha instalado el canario en el cogote para eludir la puñalada.

La conexión con Pedri

Alejado de Messi, Pedri condujo las progresion­es por el interior izquierdo hasta que Messi retomaba el mando y él se asomaba al área para acompañar a Griezmann, no fuera que se sintiera solo. Llegaba poco el Barça, y menos llegaba el Athletic, que ni siquiera marcó el empate: lo hizo Jordi Alba forzado en una carrera con De Marcos.

El descanso cortó el ritmo azulgrana, menos constante en la presión y desanimado con el empate. La activación llegó por el resultado, no desde la convicción, y volvió el equipo a precipitar­se. Griezmann pasó al extremo derecho para que emitiera alguna señal, Dembélé pasó a la izquierda por si ajustaba la mirilla y entró Sergi Roberto para recuperar fuerza en la ida y vuelta. Nada mejoró hasta que el Barça no se serenó y culminó su mejor jugada.

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