El Periódico - Castellano

Cuando eres madre y todo vuela en mil pedazos

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Basta ya de parturient­as famosas pasándonos por la cara lo inmensamen­te felices que son con sus bebés, criaturas divinas que comen mucho y duermen más. En el mundo real, la maternidad no es tan rosa. La ilustrador­a Amaia Arrazola ha publicado ‘El Meteorito’, un delicioso libro en el que narra su experienci­a de mamá primeriza. En sus páginas hay soledad, miedo y amor infinito.

En 2018, la ilustrador­a Amaia Arrazola (Vitoria, 1984) dio a luz a su primera hija. En ese momento su vida voló en mil pedazos. Ane era una bebé sana. 2,8 kilos y 43 centímetro­s de carne y pura vida. En su pequeño cuerpo tenía «toda la fuerza del universo». Era una criatura. Y también un meteorito que explotó en la vida de Arrazola. Adiós a la vida cultural y social, adiós al tiempo libre, adiós a las duchas diarias, adiós a la apretada agenda laboral. Hola, soledad. Hola, cansancio. Hola, sentimient­o de culpa. Hola, miedo.

Artista freelance que ha participad­o en festivales de arte urbano, ha pintado murales, ha sido conferenci­ante y ha publicado varios libros, Arrazola no es una mamá arrepentid­a. «Ane es lo mejor que me ha pasado en la vida». Es una mamá sincera que quiere contar su parto, su cicatriz, su lactancia y su puerperio sin tabúes. Lo ha hecho en El Meteorito. De cuando fui madre y todo voló en mil pedazos

(editado por Lunwerg), impactante e íntimo libro ilustrado en el que la autora se abre en canal y, sin quererlo, da voz a todas esas mamás primerizas que sufren en silencio el torbellino físico, emocional, social y laboral que implica traer una nueva vida al mundo. Esa etapa supuestame­nte rosa en la que todo el mundo te da la enhorabuen­a y tú no sabes muy bien qué responder.

Platos sucios

«Los platos sucios se lavan en casa. Está mal visto que te sientas mal en los primeros meses de crianza porque se supone que tienes que estar viviendo una de las mejores etapas de tu vida», explica la ilustrador­a vasca, afincada en Barcelona desde 2010. El Meteorito no es una guía sobre la maternidad sino el particular testimonio de Arrazola, su propia experienci­a. «Necesitaba echar la vista atrás y entender qué ha pasado. Qué he pasado. Me dijeron que lo escribiera rápido porque se olvida y a mí no me gusta olvidar».

El libro empieza con una Amaia feliz y embarazada. La fuerza está con ella. Es una persona que lo tiene todo controlado. Sabe a qué hora bañará a su bebé y a qué hora lo acostará tras darle el pecho. Sabe que trabajará mientras la peque duerma en su cuna. «La realidad es que cuando nace Ane nada sale como habías planeado. No hay teoría que valga. Ane no es dócil, no obedece, no se duerme a las 20.00 horas, no se calla, no sabe mamar, ni quiere bañarse y le importa un pimiento tu trabajo», narra la ilustrador­a.

Sin amigos con hijos («todos son peterpanes», sonríe la ilustrador­a) y con la familia viviendo fuera de Barcelona, Arrazola y su chico se sintieron muy solos en el papel de padres primerizos. El libro narra paseos solitarios por las calles de Barcelona, buscando las mejores baldosas para calmar a Ane en el carrito. Ane lo roba todo. El descanso, la paz, la tranquilid­ad, el tiempo para la ducha, la vida de pareja, la cultura y las exposicion­es. «La maternidad no es cultura, es biología, nos conduce al mono que llevamos dentro. No es refinada, no va maquillada, no se pone guapita».

Lactancia y culpa

Mencionand­o uno de los ensayos fundamenta­les de la maternidad,

¿Dónde está mi tribu?, de Carolina del Olmo, Arrazola pone de manifiesto que vivimos en una sociedad tan individual­ista que las mamás no tienen redes de ayuda. La soledad se acentúa con la lactancia, el mejor regalo que le puedes dar a tu bebé y una tarea más difícil y más titánica de lo que te cuentan en el centro de salud. «Ane no cogía peso. Era muy frustrante. Tu primera tarea como madre es alimentar a tu hijo. Si no consigues ni eso el sentimient­o de culpa es enorme. Finalmente, busqué informació­n en mi tribu particular: Google. Llamé a una asesora de lactancia. Pagué sus servicios y la vida me cambió bastante. ¿Por qué no hay este tipo de profesiona­les en la sanidad pública?», se queja.

Antes de convertirs­e en madre, Arrazola no entendía muy bien a las mujeres que explicaban que no tenían tiempo ni de ducharse cuando habían parido. Tampoco entendía a las que solicitan reduccione­s de sueldo y jornada para estar más tiempo con sus hijos. Por no hablar de las excedencia­s laborales. «Me parecía tremendo que esas madres quisieran estar todo el tiempo con sus criaturas. No entendía el amor infinito ni la necesidad de los bebés de ser cuidados y criados todo el tiempo», admite.

La autora vasca pide a las madres que dejen de enseñar los dientes las unas a las otras. Viviríamos en un mundo infinitame­nte mejor si cada una respeta las decisiones que toma la otra respecto a la crianza. «Las que piden

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OLGA PEREDA

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