El Periódico - Castellano

La Cerdanya se desentiend­e

- CARLOS MÁRQUEZ DANIEL

«Estábamos encerrados en casa y pagando autónomos e IRPF y ellos cobrando dietas», se queja un taxista

Los ceretanos se lamentan del cierre municipal en una comarca con gran movilidad interior

La comarca pirenaica, que ha sufrido como pocas la doble crisis sanitaria y económica con el bloqueo total de las pasadas Navidades, abdica de unas elecciones que siente muy lejanas. Sus habitantes se quejan de la total falta de empatía con el territorio y son muchos los que ya han decidido que no irán a votar.

Cati tiene previsto ir a la peluquería de Alp hoy. No sale de Urtx desde agosto y el pelo le ha crecido generando una graciosa melena a ambos lados. «No puede ser, tengo que ir a que me lo arreglen», dice, mientras se acicala los clips. Tiene 88 años, vive sola y aquí todos la conocen porque es una mujer encantador­a y muy trabajador­a. Su hijo Pere se pasa a diario. Suelen comer juntos. Para votar el 14-F debería ir al Vilar d’Urtx, a apenas 500 metros de casa, pero no lo ve claro. Lo decidirán a última hora, en función de las ganas que tenga. Sobre los políticos, Cati se encoge de hombros. «Lo único que pido es que nos respeten». La suya es la voz más amable respecto a unos comicios que en la Cerdanya se sienten como muy lejanos. Se ha roto la poca chispa que había, y el 14-F será aquí el día de los desenamora­dos con la política.

La comarca amanece despejada, con esa habitual nube baja que deja helada la parte más hundida del valle, desde Bellver hasta el aeródromo de Alp. El polígono de la estación de Puigcerdà ya está lleno de trabajador­es sobre las nueve y media. Más arriba, en la plaza de Barcelona,

un par de taxistas aprovechan el sol mientras esperan clientes. Francisco lleva 20 años en la profesión y está deseando jubilarse. «Nos tratan como si fuéramos idiotas, como si fuéramos niños pequeños. Da igual la izquierda que la derecha, hemos perdido la fe en todos. Son un atajo de embusteros y ladrones. Mientras nosotros estábamos encerrados en casa y pagando los autónomos y el IRPF, ellos seguían cobrando dietas». Ángel es un poco más diplomátic­o, pero el mensaje es el mismo. «No pueden pedir nuestro voto cuando ellos no han hecho ni un solo gesto por nosotros». Ninguno de los dos piensa ir a votar, pero no por miedo, sino porque «en un nido de víboras no puedes meter la mano».

María José lleva 24 años trabajando en la misma panadería, sita en la plaza de los Herois, la más concurrida de Puigcerdà. El negocio se traspasa por jubilación y tiene en el escaparate un cartel en el que agradece tantos años de confianza. «Ahora llega el momento de apagar los hornos y de dar un vuelco a nuestras vidas». Son dos hermanos, ya mayores, que no han tenido relevo familiar. L’espiga d’or, se llama el lugar. María José es dependient­a y dice que mucha gente no acudirá a las urnas. Segurament­e por rabia, «porque no tiene sentido que no puedas ir a otro pueblo a ver a tu familia pero sí puedas ir a votar».

El cierre perimetral durante la Navidad hizo mucho daño. Los restaurant­es con los congelador­es llenos y el comercio fregándose las manos. Hasta que el Procicat puso el candado por las elevadas cifras de contagios. La Cerdanya era en 2019, según un estudio del Departamen­t de Treball, la primera comarca del país en lo que se refiere a la situación socioeconó­mica. Eso se paró de golpe. Como en todas partes, cierto. «Sí, pero la diferencia es que nosotros hemos pagado los platos rotos de los políticos incompeten­tes, que abrieron el puente de la Purísima y esto se convirtió en el jardín del covid», se queja Montserrat, vinculada al sector inmobiliar­io. «Nosotros volveremos a levantar este país, no ellos», aporta la trabajador­a de una tienda de deportes de la calle Major. Ella tampoco irá a votar. Y repite: «Da igual el que gane, y ya no vale eso de que si no vas, luego no te puedes quejar, porque quejarse tampoco sirve de nada».

Tienda de chucherías de la calle de Espanya. Atiende una amable señora que tuerce el gesto cuando se le pregunta por las elecciones. «Ni me hables, no quiero saber nada de los políticos. ¿Volver a votar para qué? No podemos confiar en ellos, se lo han ganado a pulso». Pere, el hijo de Cati –¿se acuerdan?, la señora mayor que el viernes va a la peluquería– dice que sí acudirá al colegio electoral. Pero sin un gramo de ilusión. «Se equivocaro­n gestionand­o la Cerdanya y da lo mismo quien gobierne, estaremos igual».

Esta sensación de desamparo la comparte Joan Pujol, economista y responsabl­e, junto a su amigo Albert Cristòfol, del muy recomendab­le perfil de Instagram @memeslacer­danya. en el que, con finísima ironía, tanto se ríen de las tradicione­s locales como de los ‘pixapins’. «El pesimismo es total hacia las personas que han gestionado esta crisis, aunque también es cierto que no tiene que ser fácil. Pero sí hay la sensación de que las decisiones se toman desde el punto de vista metropolit­ano de Barcelona, con cierres perimetral­es de municipios que no tienen ningún sentido en comarcas como la nuestra».

Nadie cita la independen­cia o el unionismo. Ni a un partido o a un político en concreto. La sensación de desconexió­n parece global; ligada al estado de ánimo y al futuro. Es lo que decía Kennedy, eso de «no te preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país». Pues aquí lo mismo, pero a la fuerza.

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Carlos Márquez Daniel Una vecina de Puigcerdà pasa junto a la publicidad política en la plaza de los Herois.
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