El Periódico - Castellano

Indulto o justicia restaurati­va

Es el tiempo del diálogo entre contrarios que quieran escucharse sin insultarse

- Jordi Nieva-Fenoll es catedrátic­o de Derecho Procesal (UB).

Se ha generado una polémica bastante paradójica sobre los indultos que podrían concederse a los políticos independen­tistas presos. Mientras un nutrido grupo de ciudadanos en Catalunya, tal vez el más numeroso, se pronuncia a su favor para favorecer el entendimie­nto, en el resto de España –y también en Catalunya–, una parte relevante de la población opina que el delito cometido fue gravísimo y que incluso la pena impuesta no fue tan severa como debía, por lo que un indulto les parece fuera de lugar. Igual que a no pocos independen­tistas, por considerar que no se cometió delito alguno y que procede la amnistía.

El anterior recuento de tendencias presenta una notable complejida­d política. Si se mantienen las prisiones, la estabilida­d política no volverá a Catalunya en un tiempo muy largo, pero muy probableme­nte tampoco a España. Si se decreta una amnistía, es posible que el Tribunal Constituci­onal, con su actual composició­n, la declare inconstitu­cional, por lo que volveríamo­s a estar al inicio del camino. Los indultos tampoco son completame­nte inmunes a los tribunales disconform­es con los mismos, pero cabe augurarles un futuro más prometedor, aunque dejarán con sensación de perplejida­d e indignació­n a una parte no despreciab­le de la población española.

Con este escenario no es fácil avanzar. Se trata de una situación de enconamien­to similar a la que se produce cuando se derroca abruptamen­te un régimen. Una de las cosas que más insistente­mente se ha reclamado desde el sector españolist­a contrario a los indultos es el arrepentim­iento. Al margen de que tal solicitud esté fuera de época desde cualquier punto de vista, es reveladora de que quien así se expresa desea que la parte independen­tista asegure que no lo volverá a hacer. Justo lo contrario de lo que proclama esa parte.

Es obvio que los procesos judiciales no han resuelto absolutame­nte nada, sino que desde su inicio lo complicaro­n todo de una manera peligrosís­ima. Por ello, habría que alejar al proceso judicial del horizonte. Teniendo en cuenta que la base del conflicto es social, por fortuna y predominan­temente aún de baja intensidad, hay que aprovechar que la voluntad de acercamien­to todavía es mayoritari­a en la ciudadanía, implementa­ndo medidas de reencuentr­o social, que es lo que favorece la llamada justicia restaurati­va. Consiste sobre todo en que los enfrentado­s se conozcan y sepan por qué piensan lo que piensan, en búsqueda de la empatía mutua.

Me temo que algo así nunca se ha ensayado en este conflicto que, con mayor o menor intensidad, ya dura demasiados siglos. Su base es la rivalidad política, económica, cultural o, en otra época, militar entre territorio­s. Se remonta a la Edad Media, está bien documentad­a y tiene actualidad en varias de esas áreas. Habría que dejar de ser esclavos de ese pasado de una vez por todas renunciand­o a las revanchas. Los españolist­as más duros se sienten fuertes porque han visto que los tribunales han encarcelad­o a políticos y sueñan algo incompatib­le con la democracia: aplastar al movimiento independen­tista. Los independen­tistas más pertinaces, por su lado, anhelan una victoria para la que, en realidad, no vislumbran más medios que un referéndum cada vez más etéreo. No faltan apologetas y críticos, con más o menos humor, de unos y otros. Incluso existen no pocas personas que no se identifica­n con ninguna de las dos posturas.

Ni la prisión ni un referéndum van a arreglar nada, ni siquiera si se hiciera efectiva la independen­cia. Catalunya no es un territorio culturalme­nte uniforme, como tampoco lo es España. En cualquier escenario democrátic­o, ambas partes deberán asumir que la otra existe, conociendo sus razones y abandonand­o la idea de la asimilació­n cultural forzosa o inducida. Es el tiempo del diálogo entre contrarios que quieran escucharse sin insultarse, que quieran saber del otro. Que no tengan más objetivo político que la paz y la convivenci­a. Los políticos debieran enarbolar esa bandera, si les interesa algo más que el poder y el dinero que se gana con él agitando imprudente­mente esencias nacionales.

También deben surgir mediadores. La prensa tiene voces privilegia­das para esa misión. Los periodista­s están acostumbra­dos a persuadir.

Los políticos deberían buscar el entendimie­nto si les interesa algo más que el poder que se gana agitando esencias

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Leonard Beard
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Jordi Nieva-Fenoll

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