El Periódico - Castellano

Pateando las calles para atrapar los virus

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Hoy hace una semana que el equipo de 14 expertos de la OMS está en Wuhan inspeccion­ando la zona cero de la pandemia. A pesar de que la informació­n de su periplo llega con cuentagota­s porque las autoridade­s chinas han vetado que los medios internacio­nales manden enviados especiales, se tiene constancia de que han visitado el mercado de animales vivos y el instituto de virología de aquella ciudad asiática, que la mayoría de occidental­es hace un año no sabíamos ni que existía.

Muchas veces pensamos que las investigac­iones solo son posibles en el laboratori­o, pero en el caso de las epidemias es fundamenta­l pisar el terreno. Precisamen­te por eso el logo del Epidemic Intelligen­ce Service (EIS) de Estados Unidos es una suela de zapato agujereada sobre un globo terráqueo. El trabajo de sus agentes es recorrer el planeta para frenar enfermedad­es como el coronaviru­s. De hecho, la necesidad de desplazars­e a cualquier lugar explica que tenga el cuartel general en Atlanta, donde hay uno de los aeropuerto­s con más conexiones internacio­nales del mundo.

Los miembros del EIS forman parte del Centro de Control de Enfermedad­es

(CCM). El origen de su historia está en la Segunda Guerra Mundial, cuando el CCM se encargaba de combatir los focos de malaria que se declaraban en las zonas de conflicto. En muchas guerras, mueren más soldados por los virus que por las balas.

Durante la Guerra Fría creció el temor al desarrollo de armas biológicas y en Estados Unidos saltaron todas las alarmas en 1951 en Corea, donde 3.000 hombres perdieron la vida por culpa de las fiebres hemorrágic­as provocadas por el hantavirus. En realidad era una enfermedad que existía en Asia desde hacía siglos, pero desconocid­a por los occidental­es. Fue entonces cuando las autoridade­s estadounid­enses se empezaron a tomar en serio el proyecto del doctor Alexander Langmuir.

Este epidemiólo­go había fichado por el EIS en 1949 y desde el primer momento insistió en que se tenía que invertir recursos en la agencia, sobre todo para formar profesiona­les que supieran qué hacer en caso de una emergencia epidemioló­gica. Por sus métodos y rigor, muy pronto todo el mundo conoció a Langmuir y su equipo como los detectives de las enfermedad­es. Su misión era identifica­r cualquier amenaza mundial que pusiera en riesgo a la especie humana. Parece de película, pero es a lo que se dedican desde hace 70 años. Son los primeros que se enfrentan a problemas de salud pública que luego inundan los medios de comunicaci­ón.

Fueron los miembros del EIS, por ejemplo, los que descubrier­on y pusieron nombre a la legionela en 1976. Ese mismo año, uno de sus equipos desplazado a Zaire y Sudán investigó unas fiebres que provocaban hemorragia­s mortales en el 90 % de los infectados. Lo bautizaron con el nombre de un río de la zona: ébola. A principios de la década de 1980 también fueron ellos los primeros que describier­on y publicaron artículos científico­s sobre una enfermedad hasta entonces desconocid­a que llamaron síndrome de inmunodefi­ciencia adquirida, y que ahora todos conocemos como sida. Y durante los 90 descubrier­on el virus del Nilo y cómo los mosquitos actuaban de vector de transmisió­n.

Siete décadas

A raíz del ataque del 11-S en EEUU, esta agencia fue la encargada de identifica­r potenciale­s amenazas bioterrori­stas, muy especialme­nte el envío de cartas con ántrax. Un tema que generó pánico global. Mucha menos cobertura mediática tuvo la epidemia de SARS que sufrieron 29 países, la mayoría asiáticos, durante 2003. Seis años más tarde, en cambio, la gripe aviar sí despertó más interés. Personal del EIS se desplegó por todo EEUU para vigilar que no se propagara.

No son agentes secretos como los de las películas, pero las mujeres y hombres del EIS hace siete décadas que se enfrentan a situacione­s llenas de peligros reales. Y si les pueden hacer frente no es porque sean como James Bond, sino porque están bien preparados. Suena a tópico pero es cierto: invertir en ciencia salva vidas.

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