El Periódico - Castellano

La balalaica de Puigdemont

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Un punteo nervioso de balalaica zumba en la banda sonora del procés. Diríase que en el cuartel general de Puigdemont en Waterloo ningún otro instrument­o musical compite con este laúd de tres cuerdas y caja plana y triangular, el más popular en Rusia.

Desde que el escriba Yakov Polushkin, emisario del Gran Príncipe de Moscovia Basilio III, padre de Iván el Terrible, llegó en 1523 a Valladolid con una misiva de amistad dirigida a Carlos I, a la relación hispano-rusa le cuelgan jirones de amor y de odio. Los crímenes del NKVD organizado­s por Alexander Orlov, agente soviético en España durante la guerra civil y responsabl­e del asesinato de Andreu Nin y de tantos comunistas no estalinist­as. La acogida en la URSS de miles de niños exiliados de la zona republican­a. Dos jirones del siglo XX.

Avanzado el siglo, España se liberó de la dictadura de Franco e ingresó en la comunidad europea, el muro de Berlín se vino abajo y la Unión Soviética se desintegró. Fin de una era.

Europa aprovechó el noqueo de Moscú, acentuado por la humillació­n sufrida en Afganistán, para expandirse entre los antiguos satélites soviéticos. El otrora temible oso ruso había perdido zarpas y fauces y se veía acosado en su hinterland centroeuro­peo. Hay cosas que nunca se olvidan.

Entrado el siglo XXI, una Rusia nostálgica de su pasado imperial (zarista o soviético: imperio) empieza a retomar posiciones geoestraté­gicas. En 2014, la anexión rusa de Crimea y la intervenci­ón en la guerra del Donbás disparan la tensión con Bruselas. La UE dicta restriccio­nes y sanciones, pero debe combinar las medidas punitivas con la protección del inmenso caudal comercial mutuo, vital para su suministro energético: el 35% del gas natural y el 20% del petróleo consumidos en 2018 en Europa procedían de Rusia.

En esta hostilidad de intensidad medida, el Kremlin juega todas las cartas que le caen a mano para desestabil­izar a la UE. Aquí se encuadran las operacione­s de desinforma­ción y perturbaci­ón rusas en el proceso del brexit, el patrocinio de la ultraderec­ha en Francia, Italia y España, y el fomento de la excitación independen­tista en Escocia y en Catalunya. Ninguno de estos asuntos tiene mayor interés para Moscú que su poder de merma y desestabil­ización de la UE.

El independen­tismo catalán mueve sus fichas en este tablero. Tras los flirteos anteriores con Moscú, el alineamien­to con el contraataq­ue ruso a la demanda europea de libertad para el opositor Navalni puede ser un vehículo de oportunida­d de cara a las elecciones del 14-F. También, un desquite por los independen­tistas presos. Puede. Pero sin duda es una reacción táctica obtusa. Un disparo en el propio pie: desacredit­ar a la UE (Borrell no viajó a Moscú como un español constituci­onalista, sino como el jefe de la diplomacia europea) en vísperas de la mayor operación de reforzamie­nto interno de la historia de la Unión es una elección política que se define por sí misma. Al son de la balalaica de Waterloo.

La carga ‘indepe’ contra la diplomacia europea es como dispararse en el pie

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Luis Mauri

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