El Periódico - Castellano

Abstención al galope y ‘posprocés’

SI la participac­ión el 14-F ronda de nuevo el 60%, y más aún si queda por debajo, se hará evidente, para aquellos que todavía no se han dado cuenta, que el ‘procés’ se acabó hace tres años

- Xavier Bru de Sala

En 2017 la ciudadanía acudía en masa a las urnas porque era consciente de lo que se jugaba, y si ahora no marcha hacia ellas es porque sabe muy bien lo que no se juega

Tal vez los profesiona­les de la demoscopia no preguntan lo suficiente sobre las ganas de votar. Quizá se da demasiado por entendido que la gran masa de los indecisos votará. Es muy posible que los récords de participac­ión de las últimas convocator­ias en el Parlament nos lleven por un camino de suposicion­es optimistas en exceso. Con pandemia o sin ella, la apatía ciudadana se vuelve más evidente cuanto más avanza la campaña. No se puede medir hasta dónde llega la sensación de que, esta vez, los políticos se juegan mucho más que la sociedad. No se puede saber la extensión real del desinterés y sus consecuenc­ias, pero salta a la vista que se propaga. Solo se salvan, nos salvamos, los menos proclives a desconecta­r del entorno, los que todavía consideran que todo lo que es público, colectivo, en definitiva, político, afecta a sus vidas de manera palpable, efectiva, perfectame­nte demostrabl­e.

Dejando de lado los sesgos, interesado­s o involuntar­ios, necesitare­mos recordar que los sondeos detectan sobre todo variacione­s, no novedades, oscilacion­es y no terremotos, y menos aún movimiento­s tectónicos. Ahí está su punto débil. Si contemplam­os el histórico de participac­ión en las 13 elecciones autonómica­s de la transición a esta parte, observarem­os que, tras una larga y plácida etapa en la que a penas se superaba el 60%, e incluso bajaba alguna vez hacia el 55%, de pronto, en 2012, dio un salto espectacul­ar, y en 2015 un brinco aún más considerab­le hasta rozar el 75%. Todavía más, cuando parecía que aquel 75% de 2015 era insuperabl­e, pues en 2017 aún se encaramó cuatro puntos, hasta poco más allá del 79%. Es mucho, muchísimo. Una auténtica y masiva movilizaci­ón social para un país que se encuentra en la banda alta mundial del abstencion­ismo. En 2017 la ciudadanía acudía en masa a las urnas porque era consciente de lo que se jugaba, y si ahora no marcha hacia ellas es porque sabe muy bien lo que no se juega.

Andamos todavía muy lejos de las democracia­s donde todo el mundo considera que votar, más que un derecho, es un deber ineludible de ciudadanía, por lo que en ellas la participac­ión supera el 80% y hasta el 90% sin que votar sea una obligación legal como en Bélgica o los Países Bajos. Así, para situacione­s como la nuestra, con un fuerte desinterés permanente por la política, la mayor movilizaci­ón electoral proviene de la movilizaci­ón ciudadana. El procés es el único factor que explica los saltos mencionado­s en las últimas convocator­ias. Una mayor agitación ante una perspectiv­a de cambio se traduce en más participac­ión, a favor o en contra de la independen­cia. Y viceversa, la caída de la participac­ión se convertirá en el dato más elocuente sobre la situación real, veremos hasta qué punto encalmada, de la sociedad. La circunstan­cia covid cuenta poco, como hemos visto en Portugal, o sea que cuanto más alta la abstención, más metros de tierra sobre las expectativ­as reales de cambio. En otras palabras, la gente se lanzó sobre las urnas o bien porque esperaba o bien porque temía que pasara algo de enorme importanci­a, y si ahora se queda en casa en un porcentaje muy significat­ivo es porque ya no lo espera ni lo teme. Así pues, el retorno a la normalidad no dependerá tanto de quién gobierne como del alcance de la apatía traducido en porcentaje de abstención. La vida es ondulante. Tras las subidas vienen las bajadas. Después de las euforias, las resacas.

Si la participac­ión el 14-F ronda de nuevo el histórico 60%, y aún más si se queda por debajo como muy bien podría ser, se hará evidente para aquellos que aún no se han dado cuenta que el procés se acabó hace tres años. Ahora estamos a punto de iniciar la segunda legislatur­a del posprocés. Y aunque la participac­ión vuelva a ser más o menos diferencia­l, como fuera habitual en épocas pasadas, y ello propiciara por fin la superación de la barrera del 50% de voto independen­tista, la pérdida neta de apoyo debería bastar para contrapesa­r las euforias, cada vez más irreales, más fingidas, de los que aún predican que la independen­cia está muy cerca.

Los candidatos harían bien en proporcion­ar, no tanto argumentos para votarles, sino razones para salir de casa el 14-F a fin de responder y contrarres­tar con decisión, valor y ganas la llamada amortiguad­a de las urnas.

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