De Buñuel a Almodóvar
El Goya de honor que recibirá Ángela Molina el 6 de marzo es el último reconocimiento a una carrera no solo prolífica, sino también trufada de buenas decisiones a la hora de apostar por el cine de autor, las temáticas sociales y los directores de prestigi
Su participación en 1977 en la última película de Luis Buñuel, Ese oscuro objeto del deseo, la catapultó a la fama internacional. A partir de ese momento, Ángela Molina participó en producciones italianas de grandes maestros como Elio Petri, Luigi Comencini, Gillo Pontecorvo, Marco Bellocchio y Lina Wertmuller, por cuya película Camorra: Contacto en Nápoles
(1985) se convirtió en la primera española en ganar el David di Donatello.
Pero a pesar de sus conquistas fuera de nuestras fronteras, fue en España donde cimentó su prestigio a través de algunas de las películas clave del cine de la transición. Fue una actriz fetiche del cineasta Manuel Gutiérrez Aragón en clásicos como Camada negra, El corazón del bosque, Demonios en el jardín o la nunca suficientemente reivindicada La mitad del cielo, por la que ganó la Concha de Oro del Festival de San Sebastián en 1986.
Fue un momento de una enorme creatividad gracias a directores que se atrevían a hacer cosas diferentes, como el Jaime Chávarri de A un dios desconocido, Carles Mira con La portentosa vida del padre Vicente o José Luis Borau en La Sabina. Ella se amoldaba a todos los registros y solo su presencia suponía un plus de reputación, como ocurría en
Los restos del naufragio, de Fernando Franco, que participó en el Festival de Cannes, o Esquilache,
presente en la Berlinale, ambas junto a Fernando Fernán Gómez. Se sumergió en el universo del desaparecido Bigas Luna con Lola y alcanzó el éxito popular gracias a
Las cosas del querer.
«Únicos y especiales»
En 1997 su camino se cruzó con el de Pedro Almodóvar en Carne trémula, en un papel memorable junto a Pepe Sancho que de nuevo la situó en la cresta de su reconocimiento. Volverían a reencontrarse en Los abrazos rotos, en la que interpretó un pequeño papel.
«Tanto Buñuel como Almodóvar son únicos y especiales, han conectado con el mundo entero de una manera real, son seres de una cercanía arrolladora, están enamorados de lo que hacen. Pedro ha adorado la obra de Buñuel toda su vida y ambos han dejado en mi memoria una huella imposible de borrar», recordó ayer la actriz en una rueda de prensa celebrada en la Academia de Cine.
Sin ganas de retirarse
Perteneciente a una de las grandes dinastías del mundo del espectáculo en nuestro país (hija de Antonio Molina, hermana de Micky y Mónica Molina, madre de Olivia Molina), siempre tuvo claro que se dedicaría a esta profesión, que compaginó con estudios de ballet clásico y danza española. Ángela Molina reconoce que no tienen ninguna intención de retirarse de la interpretación. Justo hoy viaja a Galicia para rodar una nueva serie de la productora Bambú, Un asunto privado, junto a Aura Garrido y Jean Reno. En los últimos tiempos la hemos visto integrarse al entorno televisivo: Velvet, La valla o la miniserie para Netflix Días de Navidad. Siempre ha tenido la capacidad de amoldarse a todos los cambios de la industria, sin pensarlo mucho, y ya desde los años 80 participaba en series internacionales como Quo Vadis?, de Francesco Rosi junto a Max Von Sydow y Klaus Maria Brandauer.
«El oficio es el mismo, aunque el único peligro es que en las series actuales a veces se corra demasiado», explicaba ayer. No la acompañará nadie al Teatro Soho Caixabank de Málaga donde se celebrará la gala de los Goya, que presentan María Casado y Antonio Banderas. Las restricciones sanitarias imponen esta decisión, pero el cabezón se lo dedicará a su padre, a su marido, a sus hijos y a sus nietos, porque adora su faceta de abuela y está enamorada de los bebés que se van incorporando a su familia, el último, Enzo, hace solo un par de semanas.
«Adoro la juventud, pero no cambiaría el proceso de la vida por nada, es emocionante cada etapa y yo la he intentado disfrutar al máximo».
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