El Periódico - Castellano

Pros y contras

- Josep Maria Fonalleras & Emma Riverola

Un país

Escribo a favor de un país sólido donde la lengua propia no es un arma arrojadiza sino el órgano vital para continuar siendo un país. Un país donde las desigualda­des no se acreciente­n hasta un límite intolerabl­e, si es que puede haber límites tolerables para la pobreza. Un país que pueda decidir su futuro (y qué fácil es decir decidir y futuro, sin saber a veces qué decir) a través de consensos y de respetos, pero sin desfallece­r en un afán de continuida­d de la cultura, del paisaje y de la manera de habitarlo. Escribo a favor de un país donde no sea delito expresar unas ideas y hacerlo de manera pacífica, donde prevalezca­n conceptos como civilidad y democracia, que quieren decir construcci­ón de un ideario de progreso y persecució­n de todo cuanto signifique corrupción y maldad bajo la apariencia apacible de unos argumentos falaces. Un país «donde se filtrase la luz cual sonrisa amarilla, grisácea», y también todo lo demás que añadía Carner. Un país sin prisiones injustas y con las justas tonterías aplicadas, por ejemplo, al fútbol. Un país que el domingo meteré –no sé cómo, no sé por qué– en una urna. Quizás porque es la forma más civilizada que conozco de hacerlo.

Derribos Iglesias

Cuesta saber a qué juega a Iglesias. La visión benévola es que vela por la relación entre el Gobierno y ERC. La mirada menos indulgente contempla una voladura más, y ya van tantas, del ahora vicepresid­ente del Gobierno. Bailarle el agua a Puigdemont o a Putin no va a dar un solo voto a ‘comuns’, todo lo contrario. El ‘procés’ ha sido agua corrosiva para la izquierda. Mientras la crisis económica golpeaba inclemente, en Catalunya las calles se llenaban de banderas y rumbas beatíficas. El combate social quedó acallado por una quimera nacionalis­ta. Los resortes del poder nunca temblaron.

O Iglesias se empeña en no entender el tablero político catalán o, simplement­e, juega otra partida. Siempre presidida por el irrefrenab­le impulso de desprestig­iar al PSOE. Desde aquella «cal viva» que impidió la formación de un Gobierno progresist­a en marzo de 2016 (qué diferente hubiera sido todo) hasta dar la razón a Rusia en su desprestig­io de la democracia española. Como si a Putin le interesara algo más que desestabil­izar Europa. Iglesias lleva años derribando lo que surgió de una ilusión colectiva. Cuesta saber a qué juega, improbable que sea para aquel sueño.

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