Madurez eléctrica
Nos quejamos del principio más elemental de la economía: que el precio depende de la oferta y la demanda en cada momento
«En caso de altas temperaturas, ambientes muy secos o vientos fuertes que amenacen las infraestructuras, puede ser necesario cortar los servicios eléctricos en interés de la seguridad. Esta situación se denomina Cortes Eléctricos para la Seguridad Pública. Prepárense para cortes del suministro eléctrico que pueden durar varios días». Este aviso, que parece salido de un distópico, es real y está en la página principal de la web de Pacific Gas and Electric (PG&E), una de las eléctricas más importantes de EEUU que da servicio al área de San Francisco, Silicon Valley y la mayor parte del norte de California; un Estado que, si fuese un país, sería la quinta economía del mundo. Si les gusta, bien; y si no, cómprense un generador eléctrico de emergencia por si acaso.
Y aquí nos quejamos, seguramente con toda la razón, que el mercado nos obliga a pagar la electricidad más cara de los últimos años, como sucedió a primeros de enero coincidiendo con Filomena, el mayor temporal de las últimas décadas. Con Filomena volvió la discusión sobre la factura de la luz. Sin embargo, en solo un mes, la electricidad bajó a niveles de mínimos.
Sabemos que el consumo supone solo una parte de esa factura (una tercera parte ); que con situación meteoro lógica adversa es más difícil producir la energía a partir de las fuentes más baratas (básicamente las renovables); que las fuentes de energías máscaras( gas) están subiendo de precio a nivel internacional desde hace meses; y que con las bajas temperaturas aumenta la demanda. Dejamos al margen otras partes importantes de la factura (como el IVA, del 21%), y la conclusión es que, en condiciones extremas, seguimos teniendo un suministro razonable mente estable, pero más caro.
El fondo de la cuestión es que nos quejamos del principio más elemental de la economía: que el precio depende de la oferta y la demanda en cada momento. Como las gambas en Navidad.
Es del todo legítimo querer que los bienes y servicios más estratégicos, aquellos más vinculados a la salud y el bienestar, no dependan de las fluctuaciones de la oferta y la demanda. De los vaivenes del mercado. Que encender o no la calefacción no tenga que depender de un agente privado que tiene como único objetivo maximizar su beneficio. Pero eso implica que los gobiernos deberían estabilizar el precio y suavizar sus fluctuaciones, compensando los picos y aprovechando los valles de los precios. Y eso, en el fondo, significaría que acabaríamos pagando lo mismo, en factura o en impuestos. Bienvenido sea si eso implica que nadie tiene que preocuparse por cómo pagará la luz, pero quizá es tramposo quejarse solo cuando los precios suben.
Y ya de paso, la reflexión debería extenderse a saber lo que queremos y cómo pagamos eso que llamamos Estado del bienestar.
Con ‘Filomena’ volvió el debate, pero el precio se desplomó solo un mes después