Los 102 de Vilamalla
viene avalada por documentos de la Alta Edad Media (en el siglo X, la entonces Villa Dalmalia consta como propiedad del monasterio de Sant Pere de Rodes), ¿tiene entre sus 1.161 habitantes a 102 «racistas, xenófobos y homófobos que campan libremente», como leo en un tuit? Diría que no. De entrada, dos datos electorales. En las últimas municipales, JuntsxCat sacó nada más y nada menos que un 87% del voto y, por supuesto, los nueve concejales en liza. Con un matiz: solo se presentaban ellos. Cuatro años antes también había ganado CiU (entonces aún se llamaba así, ¿se acuerdan?). Con eso quiero decir que Vilamalla es de raíz convergente, de las de toda la vida, pero con el acento singular que le dio en su día, en los años 70, la construcción del complejo fitosanitario (el control del paso de alimentos por la frontera) y los entresijos que se derivan de una filiación más «proestatalista» (la presencia del Estado en forma de aduana) que la histórica tendencia federalista del Empordà.
El núcleo antiguo y el industrial
¿Qué tiene eso que ver con los 102 votos a Vox? Nada, seguramente, pero acaso tiene que ver con el dinero que ha corrido siempre por ahí (y con todo lo que conlleva el dinero) y por una extraña sensación que te invade cuando llegas al pueblo, que, en realidad, al menos son dos. El núcleo antiguo, con la bellísima iglesia de Sant Vicenç, un humilde románico del siglo
XI; y la zona residencial cercana al polígono Pont del Príncep, una de las zonas industriales que convierten a Vilamalla en el centro logístico de la comarca y de más allá.
Algunos achacan el auge de Vox (que ya consiguió 84 votos en las generales de noviembre de 2019) o el triunfo de Ciudadanos en las catalanas de 2017 (291 votos, con un 40%) a una doble alma de Vilamalla. La de siempre y la de los polígonos. Me lo cuenta un anciano que camina lentamente cerca del ayuntamiento. Es muy arriesgado decir eso, sin pruebas. También hay otras valoraciones, como la que me suelta Dani, el propietario del estanco que es también verdulería. Me dice que se ha dramatizado
Doy una vuelta por los polígonos, que son como todos, y por la zona residencial, que me parece anodina y nada ostentosa, y choco contra una horripilante escultura de hierro en una rotonda. Como en casi todo el mundo. Me voy del pueblo por la otra entrada, la más rural, y contemplo alguno de los olivos que aún resisten tras la helada de 1956, y un par de almendros en flor. Leo a la poeta Montserrat Vayreda. En su libro Els pobles de l’Alt Empordà, una edición de bibliófilo recuperada por Edicions Vitel·la. Dice: «La llum que t’embolcalla, Vilamalla, et dona serenor». Serenidad en la luz que te acoge. Lo escribió hace cuarenta años pero, al final, esta tarde que ha alejado el sopor gris del día después parece confirmarlo. Me voy con esta idea. Que son 102 votos. Sin más dramatismos.
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