El Periódico - Castellano

Margarit, en la definitiva ligereza

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No por esperada ha sido menos cruel la noticia. Joan Margarit, que ha sido un prodigio de lucidez, sabía sin el menor dramatismo que caminaba a pasos cortos hacia la pérdida de gravedad, hacia la disolución del sentido que damos a palabras como «antes» y «después». Su vida de poeta admirado y laureado ha quedado encerrada entre esos dos adverbios que designan misterios profundos: el antes y el después de la existencia. En el epílogo de su último libro, Un hivern fascinant (2018), afirmó que esos enigmas se le habían equilibrad­o en una nueva ligereza porque el mañana había sido barrido por el olvido y el pasado, tan remoto ya, también era ya pasto de la desmemoria. Rayaba entonces en los 80 años y sentía que la voz que le dictaba sus poemas, siempre la misma -una vida es demasiado corta, decía, como para tener varias voces-, venía de una larga carrera desde la infancia, saltando obstáculos y dando rodeos, haciéndose a base de golpearse contra el mundo real, para llegar adelgazada, despojada de equipaje, a un presente invadido por las ruinas de las antiguas ilusiones donde, con todo, pervivía el fulgor de la verdad y la belleza.

Los dos años transcurri­dos desde entonces no han sido buenos para Margarit, quizá sí para el poeta, que ha recibido el premio Cervantes, enésimo de los suyos y el primero que se concede a un escritor que fue bilingüe por obligación y luego lo fue por devoción a las dos lenguas. En el discreto acto de entrega, a finales de diciembre , sacó del bolsillo unos últimos poemas en catalán y castellano de versos rotundos hechos con el idioma de la calle. Ha seguido escribiend­o mientras ha podido y con tal generosida­d que este mismo mes ha regalado un poema impresiona­nte a la revista Ínsula por su 75º aniversari­o. En él recuerda que su alegría vital viene de la pobreza, del niño cuya voz, modulada por el tiempo, ha seguido sonando hasta hoy mismo. Apelar a la hermosura de sus últimos versos es en este momento el mejor homenaje: «A vegades, en l’ampli però silenciós / paisatge se secà de l’edat que ara tinc, / sento els ulls de l’infant interrogan­t-me, / somrients, confiats, sobre si ja arribem / al lloc on sempre li vaig dir que anàvem». El lugar de la definitiva ligereza.

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Domingo Ródenas de Moya

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