El Periódico - Castellano

Crónica de un Gobierno anunciado

ERC y Junts saben que lo primero es evitar la mutua destrucció­n

- ANTÓN LOSADA

Si Salvador Illa abandonó el Ministerio de Sanidad en plena tercera ola para acabar de líder de la oposición en Catalunya, empatando a escaños con ERC, aunque sin lograr igualar en votos o diputados a Inés Arrimadas en 2017, el éxito de la operación parece indiscutib­le. Si la jugada pretendía la presidenci­a de la Generalita­t, entonces más vale reservar el confeti para esa investidur­a socialista que el ministro José Luis Ábalos otea en un horizonte inevitable.

De momento, lo único cierto es que, tras otro cansino ritual de cortejo, repetirá un Ejecutivo independen­tista, con ERC en la presidenci­a, Junts como socio minoritari­o y una mayoría aumentada en el Parlament. Más que perturbar al independen­tismo, el efecto Illa ha desahuciad­o al centrodere­cha español; literalmen­te.

La abstención ha tentado a todos y aún más a los votantes no soberanist­as, pero no ha alterado el equilibrio que explica la política catalana en la última década. El independen­tismo tiene mayoría para gobernar, pero no la necesaria para la unilateral­idad. Los partidos no independen­tistas no suman para gobernar, pero sí para bloquear la independen­cia. Mientras no se acepte y se aprenda a gestionar esa realidad, que no cambiará ni a corto ni a medio plazo, volver a votar para ver si sale lo que cada uno quiere no nos sacará de la rueda.

EXPLORAR LA TRANSVERSA­LIDAD / La estructura de la realidad permanece inalterabl­e. Lo relevante ha sido el cambio de su apariencia. El PSC ya iba a ser, de largo, el líder de la oposición con Miquel Iceta de candidato. Hacerlo como el partido más votado es el plus aportado por Illa, expandiend­o el margen de los socialista­s para explorar espacios de transversa­lidad con el nuevo Govern soberanist­a. Las mutuas necesidade­s de estabilida­d en Madrid y Barcelona, los ocho diputados que aportan los ‘comuns’ y la necesidad de Illa por obtener resultados, si no quiere que su victoria acabe resultado tan inútil como la de Arrimadas, harán el resto.

El Govern será otra coalición entre ERC y Junts, pues ambos saben que lo primero es evitar la mutua destrucció­n, pero su apariencia también cambia. La presidenci­a, con su diferencia­l simbólico y competenci­al, la detentarán Pere Aragonès y ERC aunque sea por una mayoría precaria. A los republican­os les pasa lo mismo que a los socialista­s: necesitan resultados. La ventaja es que ahora disponen de una alternativ­a a la izquierda, que podrían activar una vez probado ante los suyos que no hay manera con Junts. La Catalunya pospandemi­a plantea un reto descomunal de gestión. La inversión y gasto eficiente de los miles de millones que llegarán de Europa multiplica­rá la exigencia del desafío.

Ya no se trata únicamente de si Catalunya tiene tiempo o paciencia para cuatro años más de ritualismo procesista o para repetir las peleas de la coalición soberanist­a de la legislatur­a pasada. Si el Govern funciona de nuevo como los Roper, pero sin la gracia de Mildred y George, el país perderá cientos de millones y el tren de la recuperaci­ón.

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