El Periódico - Castellano

Colorín colorado, este cuento...

- Emilio Pérez de Rozas

El bueno de Ronald Koeman dijo en la previa de este espectacul­ar PSGBarça que aún no había visto un equipo superior al suyo y que los partidos que habían perdido o empatado ante conjuntos grandes, importante­s, de nivel, habían sido «todos» con muchas posibilida­des de ganarlos.

Pues bien, ya lo ha visto. Y lo ha visto en el peor día posible, en la competició­n más llamativa para todos y frente a un adversario que llegó marcado a fuego por el recuerdo del 6-1 en un Camp Nou precioso, bullicioso, feliz, eufórico, festivo, sonoro y donde hasta se produjo la foto mítica de Leo Messi, casi desapareci­do anoche y/o devorado por un muchacho llamado Kylian Mbappé, que, en efecto, es su heredero, no le demos más vueltas.

Lo que anoche ocurrió en el Camp Nou es lo que muchos se temían el día del sorteo. Luego, claro, algunos maquillaje­s del Barça, algunos momentos brillantes (ante enemigos más que asequibles; repito, ante los buenos-buenos, diga lo que diga Tintín, se falló) y, sobre todo, los momentos grises vividos por el propio Mbappé antes de llegar al Camp Nou y, más aún, las ausencias de los dos arquitecto­s del PSG, Neymar y Di Maria, nos hicieron creer (sí, sí, yo fui uno de los que así pensaba) que la cosa estaba, más o menos, igualada.

Es evidente, claro, cristalino (y ahí no hay por qué engañarse, era un clamor) que este es el Barça que heredará el futuro presidente. Está muy claro que el conjunto azulgrana da para lo que da e, incluso, hoy, cuando la cosa tiene cara de cero de seis (Liga, Copa y Champions están a años luz de remontarse) hay que reconocer que, no solo Koeman lo está intentando, tratando de que aparezcan brotes verdes, sino que, incluso, uno de los capitanes, Gerard Piqué, ha demostrado su amor, su cariño y su profesiona­lidad, no solo haciendo el esfuerzo (y arriesgánd­ose) a volver antes de tiempo, sino también viviendo a gritos el partido de la derrota más llamativa del año.

Todos nos negamos, Koeman el primero, a vivir este encuentro, no ya la eliminator­ia, que, de pronto, ha dejado de existir, como un duelo (ausente el gran, el inmenso, el estilete ‘Ney’) entre Messi, nuestro gran Messi, aquel que nos sostiene vivos, metidos en la pomada, y Mbappé. Es cierto que el fútbol son 11 contra 11, pero no es menos cierto que el chico que ha nacido, dicen, para jugar en el Real Madrid, fue ayer un auténtico dios sobre el césped azulgrana.

Y, en ese sentido, si algo queda claro (y es bueno para el Barça, digo, no sé) es que el PSG, el estado de Qatar, el rico, riquísimo, Nasser Al-KhelaÏfi, no necesita a Messi para ganar esta Champions, así que, como le gritaban los forofos culés a las puertas del precioso hotel W, «¡deja a Messi en paz!».

No fue la noche de Messi, tampoco la de Koeman que creyó que jugando ‘a lo Real Madrid’, podía plantarle cara al PSG. Y es que este Barça da para lo que da. Fue 1-4, pero pudo ser la réplica de aquel 6-1, es decir, 1-6. O más. Y colorin colorado...

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