El desconocido plan municipal para la Diagonal y la Gran Via
El incumplimiento del giro obligatorio en los laterales es muy alto a pesar de las señales. Si la idea es expulsar coches, quizá no tenga sentido el carril bici y sí crear una plataforma única.
Un sociólogo lo pasaría en grande observando los laterales de la Gran Via y de la Diagonal. Desde la semana pasada, en determinados cruces ya no se puede seguir recto y se obliga a girar a la derecha. Y aunque las señales verticales y horizontales no dejan lugar a la duda, son muchos los que escurren la norma. Detienen la marcha, miran a derecha e izquierda, una última ojeada hacia el horizonte y por el retrovisor, y gas a fondo. Y si el delante ha pasado, más razón todavía. La infracción se contagia, pero en este caso, además, parece que no se termina de entender.
Desde la oposición y desde determinados sectores de la sociedad se critica con dureza al gobierno de Ada Colau por su cruzada contra el coche. También es cierto que los hay que consideran que los ‘comuns’, en comunión con los socialistas, se quedan cortos en la recuperación peatonal de la ciudad. Cada dos semanas lo demuestran cortando calles a favor de la pacificación de los entornos escolares. El ayuntamiento suele blandir una hoja de ruta que mezcla la necesidad de reducir la presencia de vehículos y el deseo de achicar los niveles de contaminación. Así se explican las supermanzanas (la de Sant Antoni es el ejemplo a seguir) y el proyecto de ejes verdes que pretende reverdecer 21 calles del Eixample que a su vez crearán 21 nuevas plazas.
El consistorio ya avanzó a principios de mes que daría algo de tiempo a los conductores antes de sacar la libreta de las multas. Lo que está descartado es sancionar con cámaras, como se hace en la Rambla. Las señales se pintaron hace una semana y se espera que la Guardia Urbana empiece a penalizar en breve. ¿Cuándo? Este diario preguntó ayer sobre el dispositivo previsto para controlar estos laterales, pero no hubo respuesta. O mejor dicho, no se quiere concretar más allá de lo esgrimido el 1 de febrero, que no fue demasiado. Así las cosas, la estrategia es por ahora dejar hacer, que los coches y las motos se adapten a la nueva situación antes de colocar diques.
La picaresca de siempre
Sobre el terreno, la cosa roza el cachondeo. Después de tres horas de seguimiento en la zona cero (ana- lizados 500 vehículos en cinco puntos, que no es mucho, pero se hacen sondeos electorales con cifras similares...), la conclusión es poco discutible: todos saben que no pueden pasar (excepto bicis, taxis y vehículos autorizados, que sí tienen permiso) pero, en algunos puntos, la mitad opta por seguir adelante. La picaresca de toda la vida, como pasar el semáforo en ámbar, subir a la acera encima de la moto en marcha, cruzar la calle por donde no toca, ir en bici con auriculares y circular por Aragó en coche a 75 kilómetros por hora. En Muntaner-Diagonal es donde más evidente se hace la trampa. Casi la mitad de los coches y las motos hacen caso omiso de la señal aunque es más que evidente que todos la han visto. Los transportistas se llevan la palma. Aunque podría pensarse que por su trabajo quizá se les debería haber dejado fuera del veto. Lo mismo sucede con los que tienen aparcamiento en la Diagonal o en Gran Via, obligados a dar una vuelta hasta que entren en su garaje por una calle perpendicular.
En Rambla de Catalunya el tráfico ya se ha limpiado mucho. Aquí llegan los despistados que han bajado por Balmes y que solían coger el lateral para bajar por paseo de Gràcia. El 40% sigue recto. Y visto el funcionamiento del carril, es probable que terminen por buscar otras rutas. El lateral, con la nueva peculiaridad, se ha vuelto lento e incómodo, porque los giros a la derecha coinciden con el verde peatonal y prioritario, lo que genera una nerviosa cola que avanza muy lentamente a pesar de que son cuatro gatos. O cuatro coches. Si el objetivo era reducir el tráfico, misión cumplida.
Desierto en Gran Via
En el lado montaña, en Via Augusta también cuatro de cada 10 ningunean la señal. Aquí, como el espacio es mucho más abierto por la anchura de ambas arterias, la duda del infractor es mucho más habitual. Quedan más expuestos y son muchos los que arrugan la frente en busca de una sirena que no aparecerá en toda la mañana, ni en la Diagonal ni en Gran Via. En esta segunda calle, el tráfico en el lateral mar (el de montaña es exclusivo para bus y taxi desde 2012) es prácticamente residual. Pero si la idea era aplicar lo que dijo la alcaldesa de París (de acuerdo con cruzar la ciudad de punta a punta, pero sin ponerlo fácil), mal vamos, porque el tronco central sigue siendo una autopista urbana, de Cerdà a Glòries.
Y ahí surge la duda razonable: ¿por qué se ha tomado la decisión de eliminar los laterales como zonas de paso? Quizá por eso la oposición en bloque fue tan crítica el martes en la comisión municipal de movilidad. Todos los grupos se mostraron en contra de los giros obligatorios. Porque no hay una verdadera pacificación de los laterales (ERC), porque parece que quieren justificar el paso del tranvía (Junts), porque no hay una reflexión sobre el futuro de estas arterias (Ciutadans), porque se obliga a dar más vueltas y a contaminar más (Barcelona pel Canvi) y porque es una muestra más de la beligerancia hacia el coche (PP).
En algunos cruces, cerca de la mitad de los conductores hacen caso omiso de la nueva norma
Dudas razonables
En cualquier caso, si la medida es ya definitiva, y a la vista de que, efectivamente, el tráfico en los laterales se reduce, ¿tiene sentido mantener el carril para las bicicletas o es mejor que el lateral se convierta en una plataforma única con velocidad limitada a 10 kilómetros por hora? O lo que es lo mismo, ¿cuál es el plan del ayuntamiento para las laderas de Diagonal y Gran Via más allá de echar a los coches?