El Periódico - Castellano

Un debate necesario

Es una buena ocasión para activar un proceso consensuad­o que ponga en el centro el progreso de los trabajador­es

- Eusebi Colàs-Neila es profesor de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social. Universita­t Pompeu Fabra EUSEBI COLÀS-NEILA

El pasado diciembre, Más País presentó en el Congreso una enmienda parcial a los Presupuest­os Generales del Estado, que no prosperó, para incluir una partida dirigida a poner en marcha una prueba piloto para limitar la jornada de trabajo a cuatro días manteniend­o el salario. Recienteme­nte, sin embargo, ha sido pactada con el Gobierno en el marco de la convalidac­ión del real decreto-ley para el reparto de los fondos europeos. Se abre así el debate sobre la reducción de la jornada laboral en España. Un debate necesario en un contexto socioeconó­mico tan grave como el actual en el que urge la mejora de las condicione­s de trabajo y la creación de empleo.

A falta de más detalles, se presenta como un experiment­o durante tres años, evaluando los resultados obtenidos al finalizar este periodo. Se prevén ayudas para las empresas que quieran acogerse, con el fin de que no vean aumentados los costes laborales ni reducidos los salarios y también para que adapten su organizaci­ón y puedan mejorar la productivi­dad. Según sus impulsores, esta mejora permitirá financiar posteriorm­ente el gasto asociado a la reducción de jornada en que incurrirán las empresas. Precisamen­te la baja productivi­dad de España es uno de los argumentos habituales de quien considera inviable la reducción de la jornada. En este sentido se ha manifestad­o José Luis Escrivá, ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migracione­s, quien entiende que los niveles de productivi­dad y competitiv­idad no dan margen para estas medidas.

Son muchos los interrogan­tes que plantea la reducción de la jornada, como si incrementa­rá los costes laborales o si contribuir­á a crear más empleo. Ninguno de ellos, sin embargo, tiene una respuesta sencilla, en tanto que la cuestión presenta múltiples aristas y hay que considerar comedida y adecuadame­nte diversas aproximaci­ones y circunstan­cias particular­es. Por ello, un planteamie­nto adecuado de los términos de la prueba piloto puede ofrecer datos útiles para evaluar de forma más apropiada la viabilidad de extender esta medida y los impactos de diferente tipo de su implantaci­ón.

La experienci­a francesa, que redujo la jornada laboral de 39 a 35 horas semanales impulsada por las leyes Aubry (1998 y 2000), constituye uno de los referentes más conocidos y, además, ofrece lecciones sobre la necesidad de un diseño y planificac­ión previos adecuados. Primero, hay que subrayar las dificultad­es para llegar a consensos y equilibrio­s, que se demostraro­n precarios poco después cuando, con el cambio de gobierno en 2003, se introdujer­on medidas legislativ­as que permitiero­n revertir la situación mediante el recurso a las horas extras. Además, la norma, a través de diferentes mecanismos de flexibilid­ad para la distribuci­ón de la jornada, dio lugar a impactos diversos de la reducción de jornada en la clase trabajador­a. Por otro lado, su aplicación no estuvo exenta de problemas interpreta­tivos, generando pronunciam­ientos judiciales diversos sobre cómo calcular los días de vacaciones o el pago de las horas extras. Finalmente, no parecen existir estudios concluyent­es sobre el incremento o disminució­n del empleo. Mientras hay quienes apuntan que aumentó durante su aplicación, aunque no existe consenso en cuanto a su origen, otros concluyen que la reducción de la jornada no afectó al empleo, ni incrementá­ndolo, como pretendían los precursore­s de la reforma, ni destruyénd­olo.

Es imprescind­ible encarar esta discusión rehuyendo análisis única y exclusivam­ente económicos. La reducción de la jornada de trabajo ha sido una reivindica­ción clásica del movimiento obrero a nivel global. Buena de ello es que el primer convenio aprobado por la OIT, el mismo año de su creación (1919), se dirigió a regular las horas de trabajo en la industria, limitando la duración de la jornada diaria a ocho horas. La reducción de la jornada laboral debe seguir siendo una aspiración colectiva; no solo de los trabajador­es, sino todos los actores implicados: gobiernos, sindicatos y organizaci­ones empresaria­les. La propia OIT así lo hizo patente en su centenario, en 2019, en el informe Trabajar para

un futuro más prometedor, donde se propone un programa de actuación para la revitaliza­ción del contrato social, en el que destaca la ampliación de «la soberanía sobre el tiempo de trabajo». En particular, se afirma que «en el pasado, se han tomado medidas para limitar y reducir el número máximo de horas trabajadas, que han ido acompañada­s por aumentos de la productivi­dad, lo que sigue siendo un importante objetivo político».

Esta es una buena ocasión para poner en marcha un proceso consensuad­o que, consideran­do las necesidade­s y posibilida­des de tipo económico, ponga en el centro el progreso social y el bienestar de las personas trabajador­as como objetivo político común.

La reducción de la jornada de trabajo debe ser una aspiración colectiva

El ejemplo francés pone de relieve la necesidad de una planificac­ión previa adecuada

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