El Periódico - Castellano

Marcos mentales

Si la propuesta quiere ser inclusiva, debe incorporar diversidad de formatos en el abanico de soluciones

- Conxita Folguera es profesora del Departamen­to de Dirección de Personas y Organizaci­ón en Esade (URL) CONXITA FOLGUERA BELLMUNT

La semana laboral de cinco días, que se propone reducir a cuatro, es el marco de referencia de una parte importante de la población, pero no para todos. No lo es para los trabajador­es y trabajador­as de la hostelería y la restauraci­ón, no lo es para músicos ni actrices, ni para agricultor­es o ganaderos, ni para muchos de los y las profesiona­les que vemos en las noticias estos días. No lo es para mucha gente.

Y eso no quiere decir que la propuesta no sea buena, o que no podamos estar de acuerdo, o no resulte inspirador­a y deseable. He escuchado el testimonio de empresas que la han aplicado con éxito. Y he conocido otras experienci­as también aplicadas con éxito y que merecerían ser objetivo de debate: reducción horaria, la semana de 30 o 36 horas distribuid­a de maneras diversas, diferentes formas de flexibilid­ad presencial y horaria.

Si la propuesta quiere ser inclusiva, debe repensar su marco de referencia. Partir de la realidad de la diversidad de sectores y ocupacione­s y ofrecer algo donde todos se puedan sentir interpelad­os. Debe incluir, por tanto, diversidad de formatos - no solo la semana de cuatro días - en el abanico de soluciones. Y eso nos lleva a hablar del procedimie­nto y del contenido.

Hablemos, pues, del procedimie­nto. De hecho, más que escuchar que «han pensado en él, que han pensado en ella», lo que querrían escuchar es que les han preguntado. Cuando se hace bandera de la participac­ión y de los procesos de decisión de abajo a arriba, del empoderami­ento, con más razón. Es cierto que la tramitació­n parlamenta­ria permite este proceso de escucha y diálogo, pero a menudo, va precedida del globo sonda que ya fija el marco mental y define el problema. Por tanto, estamos deliberand­o sobre la semana de cuatro días, y no sobre cómo reorganiza­mos el trabajo para hacerlo más adecuado a las realidades personales, familiares, sociales y organizati­vas de nuestros días y contextos.

También, en el procedimie­nto, la participac­ión y la inclusión de diversidad de sectores, agentes sociales, escuela, ampas, asociacion­es sectoriale­s, asociacion­es de ocio y de actividade­s extraescol­ares y todo el sector de cuidado a las personas mayores. Porque sí, como nos enseña el día a día, en la realidad del problema que, entiendo, la semana de cuatro días quiere afrontar, hay esto, la dificultad de cuadrarlo todo y la imposibili­dad de llegar a todo. Entonces, debemos hablar de todo. Y, al igual que hace unos años comenzamos a incorporar la cuestión de las escuelas, guarderías, ahora insoslayab­le, ahora llegamos tarde a hablar de cómo cuidamos a las personas mayores y a las personas con dependenci­a. Nos puede llevar más tiempo, hablar y analizarlo, pero quizás la propuesta saldrá mejor.

Hablemos de contenido: ¿Nos ayudará la semana de cuatro días a resolver todo esto? Es una idea. Puede ser útil y válida para algunos sectores y ocupacione­s y por tanto, debe formar parte del abanico de soluciones. Pero una ley centrada en esta única propuesta parecería enormement­e limitada en cuanto a la diversidad de soluciones posibles. Y excluyente respecto a muchos sectores y personas.

No hay solución, hay un abanico de soluciones. Y hay que estar preparados. Cualquier propuesta imaginativ­a o no, probada con anteriorid­ad o no, tendrá oposición y resistenci­a. No cambiaremo­s fácilmente años y años de prácticas organizati­vas basadas en modelos ahora obsoletos, representa­dos icónicamen­te por el trabajador ideal, aquel que puede dedicarse en cuerpo y alma al trabajo. El trabajador ideal, término propuesto como herramient­a de denuncia por Joan Acker en los años 90, no existe.

Se dirá que la semana de 30 horas en Francia no ha funcionado y que otras propuestas han sido un espejismo. La realidad es que el tiempo de trabajo se redujo en todo el mundo durante el siglo XX. El siglo XXI nos está saliendo resistente, y nos está haciendo retroceder de la mano de crisis y pandemias. Pero si hace 20 años hubiéramos empezado a ensayar soluciones, con transparen­cia y con voluntad de aprender, quizás hubiéramos avanzado.

No todo es negativo, se han dedicado muchos esfuerzos, se han hecho pruebas piloto. Aprovechém­onos las, escuchemos las experienci­as, démoslas a conocer, por duros que sean los tiempos. Creemos un marco mental integrador e inclusivo, y así podremos hacer leyes inclusivas. A estas alturas ya deberíamos haber aprendido que, aunque a menudo trabajamos mucho, trabajar muchas horas no es la solución. Las costuras de esta sociedad se rompen por todas partes, y con la manera en que organizamo­s el trabajo ya no hay como recoserlas. Los parches ya no nos sirven.

No cambiaremo­s fácilmente años y años de prácticas organizati­vas ahora obsoletas

Aunque a menudo trabajamos mucho, trabajar muchas horas no es la solución

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