Votar el ‘pack’
No se puede ser de Vox para frenar al independentismo y negar que se es de Vox por la inmigración: es la misma papeleta
Hace poco fueron las elecciones y los análisis se llenaron de lecturas sobre lo que habría querido decir la gente cuando fue a votar, porque no bastaba con que hubieran llenado las urnas con sus sobres. De la gente se exigía una justificación, como si fuera nulo el voto que llevara la papeleta a secas y tuvieran que anotarse a mano los deseos que lo hubiesen declarado nulo legalmente. Somos pura contradicción y por eso existen los analistas, para explicar lo que votan los que votan y los que no, que fueron la mitad de los catalanes. Ese fue el gran hecho y quién sabe si el precedente: que después de la mayor participación viniera la mayor abstención.
Es arriesgado ponerse a interpretar los silencios, pero algunos toman ese riesgo porque no asumen ninguno más. Predicen el pasado y te lo explican. Así llegó la división por bloques, que reduce la sociedad a los que pasan, los que quieren la independencia y los que llevan a España en el corazón. Es un avance: antes daban dos trincheras y ahora conceden tres, aunque lo importante no sea el número sino la lógica de los bloques. Como en el Tetris, pero con votos. A los abstencionistas no los cuentan y al resto lo separan entre el sí y el no por mucho que no se votara ni sí ni no sino a una gama de partidos; de manera que quienes más presumen de que defienden la democracia acabarán por arrinconar a la representativa para admitir solo la pureza referendaria.
Querer un referéndum no puede volver en referéndum cualquier elección, porque eso equipara al votante de Junts per Catalunya con el de la CUP y al del PSC con el de Vox y pese a que en el bloque opuesto quieran pensar que todos los otros son iguales, la realidad es que no lo son. Por suerte. Existe un interés en llevar al límite la simplificación, pero aprendimos que la democracia no era solo votar, que por supuesto, sino también la gestión de una diferencia compleja. No está claro que reducirnos a bandos e instalar el discurso del conmigo o contra mí mejore la calidad democrática tan de moda ni, a la vista del resultado, anime a la participación.
Bastante simplificación supone el mero hecho de votar y haber de elegir una papeleta de entre las que hay, que votar ya significa asumir renuncias, si raras veces se comparte por entero el ideario de un partido. Votamos por el candidato, por tradición, votamos a estos para perjudicar a aquellos, por simpatías, por ideología o por cansancio. Por lo que sea. Pero somos conscientes de que, al votar, asumimos esa papeleta y lo que implique. Es la mayor renuncia y así sucede siempre, por eso resulta una decisión tan trascendente a pesar de que un voto solo, tomado de uno en uno, parezca tan poca cosa.
El que vota a Vox –y el domingo fueron 217.000, uno a uno– respalda su ideario y lo afianza, al margen de que comparta o conozca su discurso por completo. No se puede ser de Vox para frenar al independentismo y negar que se es de Vox por la inmigración. O al revés. La papeleta es la misma: se vota el pack. Y se vota, por la razón o por la emoción, a favor del partido que lleva a dos diputados imputados por delitos de odio, del candidato que desconoce el presupuesto de la Generalitat, de la fuerza que compara por sistema a la inmigración con la delincuencia y que, a la mañana siguiente del domingo electoral, trataba como un hombre a la diputada socialista Carla Antonelli. A ese partido que niega la violencia machista y en el que, en un arrebato electoralista, Pedro Sánchez llegó a ver sentido de la responsabilidad antes de que los votos desbordasen las urnas.
Querer un referéndum no puede volver en referéndum cualquier elección. Eso equipara al votante de Junts con el de la CUP y al del PSC con el ultra
Pn