«Ni la alcaldesa se atrevía a llamarse a sí misma ‘alcaldesa’»
El periodista Sergi Doria ha recopilado en ‘Mujeres en primera plana’ (Edhasa) una serie de artículos publicados en magazines y publicaciones gráficas de los años 20 y 30 del siglo pasado que dan cuenta de la ascensión social de la mujer española en el pe
— Dígame, ¿cuáles fueron las condiciones sociales que dieron lugar a esa revolución feminista? Si es que lo fue. ¿Usted le pondría ese rótulo?
— Creo más bien que fue una evolución, algo que estaba germinando desde principios de siglo pero que en los años 20 dio el gran salto al trabajo, al estudio, al protagonismo en los medios de comunicación. Fue una evolución natural que se produjo en todos los países, y que en España se concretó con la ayuda de una legislación que tradujo lo que se palpaba en la calle.
— Por una vez, la política hizo lo que tenía que hacer, ¿no?
— Como dijo Adolfo Suárez en la transición, cuando le preguntaron por qué se debían hacer determinadas leyes en la nueva democracia española: «Tenemos que llevar al Parlamento lo que ya es normal en la calle». Era un poco esto: lo que ya era normal en la calle, el Gobierno de la República lo convirtió en la ley del voto, la ley del divorcio... Leyes que ayudaron mucho a la integración de la mujer en ámbitos que le eran vedados hasta entonces.
— Lo que queda claro en el libro es el papel capital del periodismo en la difusión de esta evolución.
— Jugó un papel clave. Si se hiciera un análisis cuantitativo de todas las publicaciones gráficas de aquellos años se vería que en las portadas el 70% son mujeres. Por eso el libro se llama así, Mujeres en primera plana, porque por primera vez las mujeres aparecen en portada, y ya no simplemente como «la esposa de», sino como la campeona de natación, la alcaldesa, la jueza… Se visualiza este acceso de la mujer a lugares que antes eran masculinos.
— Leyendo esos artículos se puede ver que todo es tan nuevo que ni siquiera hay un lenguaje para nombrarlo. La alcaldesa, por ejemplo, que no sabe si decirse a sí misma alcaldesa.
— Ya sabe lo que dice Wittgenstein: los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. El mundo era un mundo nombrado en clave masculina, así que se va improvisando sobre la marcha, por eso ni las propias mujeres se atreven a llamarse alcaldesas, ni médicas. Nombrar la cosa era muy difícil, teniendo en cuenta que ni siquiera se había reconocido la cosa.
— Se nota una gran diferencia en el tono cuando los artículos son escritos por hombres y cuando son escritos por mujeres.
— Sí, porque las mujeres que escriben esos artículos están muy implicadas en ese apostolado femenino. Josefina Carabias, Magda Donato o Rosa María Arquimbau son mujeres que saben lo que les ha costado conseguir ese estatus periodístico, de modo que adoptan cierta complicidad con las protagonistas de sus reportajes. Tienen conciencia de que es un momento que se debe aprovechar.
— ¿Sacrificando objetividad?
— No es un periodismo objetivo, no, es un periodismo subjetivo pero en su versión sana, porque es un momento que todas estas mujeres periodistas creen que la prensa ha de acompañar; igual que la prensa, a la muerte de Franco, por ejemplo, se implicó mucho con la transición democrática. Son momentos en que es difícil ser objetivo, porque es un momento que sabes que es de evolución y que va a beneficiar a toda la sociedad.
— De parte de los hombres periodistas se advierte hasta rechazo. Ese artículo de Francisco Coves en Estampa, le leo: «En la reacción ante un pañito torcido se podrá distinguir siempre un sexo de otro… por muchas sorpresas que nos depare el futuro».
— Y fíjese, Francisco Coves era un periodista de izquierdas. Pero sí, hay un tonillo perdonavidas, yo le llamo así. Mucha gente que se encuentra de frente con el fenómeno no sabe si tomárselo un poco a broma. También está el artículo sobre Mercedes Bassols, la campeona de natación, donde se dice que «la campeona de España es un buen chico», porque la persona que ha titulado no concibe que haya una mujer que sea campeona de natación, que trabaje, que dirija un equipo… Todo eso se ve muy excéntrico en aquel momento.
— A la vez que había un afán de las mujeres de incorporarse en la sociedad, había otro paralelo de crear sus propios espacios, ¿no? Espacios aparte. La Residencia de Señoritas Estudiantes, el Club Femení d’Esports, el Club de Señoritas... No deja de tener algo de paradoja.
— Sí, yo creo que en parte porque se estaba empezando desde cero. Personajes como María de Maeztu, o Carmen Baroja, que era hermana de Pío Baroja, empezaron con esas instituciones, que de alguna manera querían traspasar al ámbito español instituciones anglosajonas. Fueron los primeros ámbitos en los que la mujer podía tener, como decía Virginia Wolf, esa habitación propia, en plan «vamos a hablar entre nosotras de las cosas que nos preocupan».
— ¿Qué diferencias hay entre lo que ocurrió entonces y lo que está ocurriendo ahora?
— Creo que después del franquismo se ha dado por entendido que determinadas formas de feminismo son propias de la izquierda y no de la derecha, mientras que en aquel momento no había esa instrumentalización del concepto feminista por una determinada opción política. El feminismo militaba tanto en la izquierda como en la derecha. Piense que el voto femenino lo defendió Clara Campoamor, que era una diputada de centroderecha. La politización no le hace ningún bien al feminismo, son derechos civiles que no deben tener color político.
«Por primera vez las mujeres copan las portadas, y ya no simplemente como ‘esposa de’»
«Las periodistas sabían que era una evolución que se debía acompañar desde la prensa»
«Entonces el feminismo no era instrumentalizado por ninguna opción política»