Myanmar, el golpe anunciado
Todo estaba planeado desde el aplastante triunfo de la Liga Nacional para la Democracia (LND) en las elecciones
Las transiciones del poder militar al civil son siempre difíciles y requieren un exquisito tacto de los actores tanto internos como externos. En la antigua Birmania, rebautizada como Myanmar en 1989, la asonada se venía escuchando desde hacía más de un año, pero nadie quiso oírla. Aung San Suu Kyi, encumbrada por Occidente hasta darle el Nobel de la Paz en 1991 para vilipendiarla después por su defensa de la limpieza étnica de la minoría rohingya, emprendió un suicida cuerpo a cuerpo con el jefe de las Fuerzas Armadas, Min Aung Hlaing, que ha terminado con el general quitándole la silla y ella arrestada, mientras Estados Unidos y China se preguntan cómo lo han hecho tan mal.
Desde su independencia del Reino Unido en 1948, el país ha sido gobernado la mayoría del tiempo por el Ejército, que en 2011 abrió una puerta al poder civil sin soltar las riendas del Gobierno. Una de las razones de esa apertura fue que las duras sanciones impuestas por Occidente, y en especial por EEUU, que exigía la democratización de Myanmar, habían forzado una excesiva dependencia de China. Los militares consideraban al gran vecino del norte la mano negra que financiaba a la guerrilla comunista contra la que no han dejado de luchar y confiaron en que el prestigio internacional de Suu Kyi facilitaría equilibrar las relaciones exteriores del país, además de conseguir una ayuda masiva de Occidente. Nada se ha cumplido.
La Constitución, redactada por las Fuerzas Armadas en 2008, era un traje a medida que les autoasignaba una de las dos vicepresidencias, el control directo de los ministerios de Defensa, Interior y
Exteriores, el 25% de los escaños de las dos Cámaras y una cláusula que impedía a Suu Kyi acceder a la jefatura del Estado. Además, una disposición les permitía coordinarse con el Consejo Nacional de Seguridad y Defensa para declarar el estado de emergencia por un año. El 1 de febrero lo convocaron, con la asistencia del presidente U Win Myint, quien fue detenido después de recibir las explicaciones de por qué se proclamaba.
Todo estaba planeado desde el aplastante triunfo en las elecciones del pasado noviembre de la Liga Nacional para la Democracia (LND), que fundó y lidera Aung San Suu Kyi. Se hizo con el 82% de los votos, pero justo antes de que ocupara sus escaños se produjo el golpe. Suu Kyi fue puesta bajo arresto domiciliario y, como en los años de la dictadura, se recurrió a una acusación absurda –la importación ilegal de 10 walkie-talkies– para pedir su ingreso en prisión. Otros muchos dirigentes de la LND están desaparecidos.
El malestar del Ejército comenzó a fraguarse tras las elecciones de 2015, que evidenciaron su impopularidad. La LND formó gobierno y, para obviar la prohibición de que su líder accediese a la presidencia, se creó el puesto de consejero de Estado, desde el que Suu Kyi actuó como jefa de Estado de facto. El aviso llegó cuando U Ko Ni pergeñaba en el 2017 un nuevo texto constitucional que privaría a los militares de sus poderes extraordinarios, el abogado fue asesinado a tiros y la causa archivada.
Para Pekín, Myanmar es una pieza fundamental en su estrategia de la nueva ruta de la seda. No está claro qué relación van a buscar los militares, pero si EEUU impone nuevas sanciones, el ganador será China. Japón, que tiene grandes intereses en el país, ha dejado entender que no acompañaría las decisiones de Washington. Biden va a tener difícil cumplir su compromiso de «restaurar la democracia y el Estado de derecho» en Myanmar. Asia le da la primera en la frente.
nPEl malestar del Ejército comenzó a fraguarse después de las elecciones de 2015, en las que se evidenció su impopularidad entre la sociedad