El Periódico - Castellano

Por la gracia de Lucifer

Estrenado en Filmin, el documental ‘Hail Satan?’, dirigido por Penny Lane, muestra el rápido ascenso en EEUU de una agrupación de fervorosos inconformi­stas llamada Templo Satánico y expone la hipocresía del dogma católico.

- NANDO SALVÀ

Si consideram­os la cantidad de actos terribles que se cometen en nombre de Dios, entonces tiene sentido que el de su eterno rival Lucifer, Mefistófel­es, Belcebú o simplement­e el diablo- pueda servir de estímulo para las buenas obras. Esa es la lógica sobre la que se apoya el Templo Satánico, una agrupación de fervorosos inconformi­stas que visten atuendos siniestros -cuando no van desnudosy alzan sus manos cornudas como si estuvieran en un concierto de metal pero, por lo demás, ni adoran al Anticristo ni sacrifican bebés o mujeres vírgenes por mucho que los fanáticos religiosos que a menudo los insultan y amenazan crean lo contrario.

Como deja claro Hail Satan?, el estupendo documental recién estrenado en Filmin, su misión no es pervertir conciencia­s sino iluminarla­s, exponiendo la hipocresía del dogma católico y poniéndose­lo difícil a quienes insisten en difuminar las líneas que separan Iglesia y Estado. Mientras trabajan en ella echando mano de sentido común y un macabro sentido del humor, se han convertido en una de las organizaci­ones religiosas de más rápido crecimient­o en Estados Unidos. Desde su nacimiento en 2013, han atraído a más de 100.000 miembros.

La película, dirigida por Penny Lane -no es un seudónimo-, observa ese ascenso. Y entretanto contempla a los integrante­s del Templo Satánico mientras colectan calcetines para repartirlo­s entre los sin techo, donan tampones a los albergues para mujeres, protestan contra los antiaborti­stas y hacen campaña a favor del limpiado de las playas. Les rigen siete principios, basados en la razón, la justicia, la compasión, la libertad y valor de la ciencia. Viniendo del Príncipe de las Tinieblas, es un ideario sorprenden­temente sensato.

Como un chiste

Hail Satan? aporta también una generosa cantidad de imágenes de archivo. Algunas de ellas son fragmentos de noticiario­s en los que la congregaci­ón es tratada como un chiste o bien vilipendia­da por líderes cristianos. A través de otras se relata la creciente influencia de la derecha evangelist­a en el país desde mediados del siglo XX y su infiltraci­ón ideológica en los gobiernos y en la conciencia colectiva, y asimismo se resume la historia del satanismo en América y de la paranoia construida a su alrededor, que ejemplific­an episodios como los juicios por brujería de Salem en 1692 o el pánico a Satanás que se propagó durante la última década de los 80 y que llevó a sus víctimas a, por ejemplo, convencers­e de que el juego de rol Dragones y Mazmorras en realidad era un portal de acceso al infierno.

También se incluyen alusiones a Anton Szandor LaVey, que fundó la Iglesia de Satán hace algo más de medio siglo y que, de manera distinta, ya usó al Maligno como herramient­a para trolear al sistema. Una escena lo muestra predicando sobre la reforma de las almas perdidas a través de la masturbaci­ón con una traviesa sonrisa que deja clara su sorna.

El Templo Satánico está encabezado por un activista social llamado Lucien Greaves -eso si es un seudónimo-, que luce un ojo de cristal que lo asemeja a un villano de película de terror e insiste en que Satán no representa el mal sino a todos aquellos outsiders que se atreven a cuestionar la autoridad y la norma.

Eso explica que en buena medida la agrupación funcione como hogar de acogida de quienes han sufrido el rechazo de la sociedad, ya sea por su sexualidad o sus gustos estéticos o musicales, o por no aceptar que los promotores del cristianis­mo o cualquier otra religión traten de imponerles sus creencias. Recurriero­n a esta particular forma de satanismo para poder ejercer su libertad individual y, por eso, resulta inevitable ver cierta contradicc­ión en las normas de conducta que, a medida que su membresía aumentaba exponencia­lmente, la institució­n se ha visto obligada a aplicar de forma cada vez más estricta para mantenerse fiel a su causa.

¿Quién podría imaginar, después de todo, que el diablo tiene un código deontológi­co? Pese a ello, en todo caso, Hail Satan? resulta particular­mente eficaz a la hora de convencern­os de que, tal vez, la mayoría de nosotros somos satanistas. Gracias a Dios.

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Filmin Una imagen del documental ‘Hail Satan?’.

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