El Barça se vuelve a condenar a sí mismo
No aprende el equipo de Koeman, incapaz de conectarse a la Liga, incluso cuando el Atlético flaquea. Parece empeñado en dimitir de la lucha por el título. Cuando puede acercarse, cae en viejos errores.
En la foto final del penalti salió, un día más, Lenglet. Pero si se amplía el foco alcanza a todo el Barça, sumergido en una espiral autodestructiva que le lleva a emparentarse con un club depresivo y caótico, sin gobierno alguno. Como el equipo de Koeman. Tenía la posibilidad de reengancharse a la Liga aprovechando que al Atlético de Simeone le empiezan ya a temblar las piernas. Pero los azulgranas, fieles a su espíritu lleno de frustración, dimitieron de tal empeño como se vio en el último suspiro de un aburrido partido que el Cádiz llevó a su territorio.
Incluso cuando perdía tras el gol de penalti de Messi, aunque la paternidad intelectual de ese 1-0 le pertenece a Pedri, uno de los escasos faros de luz que dan esperanzas al barcelonismo. Incluso perdiendo, el equipo andaluz estaba donde quería. Metido en el partido, esperando, como ya sucedió en el Carranza, la torpeza defensiva del Barça. Llegó en el último suspiro cuando Lenglet metió la pierna donde no debía y Álvarto Cervera volvía feliz a Cádiz porque le ha arrebatado cinco puntos al Barça de Koeman en tan solo dos meses y medio de Liga.
En cinco días, dos bofetadas de realidad han recibido los azulgranas. A cada cual, más dura. Europa es una verdadera tortura y la Liga un calvario sin fin. No aprende de sus errores, persistente como está siendo en condenarse a sí mismo, sin necesidad de que los demás le ajusticien. «Estoy más decepcionado que tras lo del Paris SG», admitió un desolado Koeman. «Hemos dejado escapar cinco puntos con el Cádiz y eso no puede ser», añadió luego irritado el técnico.
De error en error
Cinco puntos simbolizados en tres torpezas defensivas que desnudan a un Barça triste, incapaz de tener un partido tranquilo. Por mucho que Pedri se empeñe en intentar hacerle la vida más fácil a Messi antes de que tome la decisión, si es que no la ha tomado ya, de irse. O de quedarse en medio del páramo en que se ha convertido el solitario, silencioso y deshabitado Camp Nou. Obtenido el trabajado botín del 1-0, el Barça se olvidó de lo más trascendente: buscar el segundo gol que le diera la tranquilidad auténtica, conscientes como deben ser de que atrás siempre hay un agujero negro. Poco importa el rival porque es el propio Barça quien deja la puerta abierta al desastre.
«Es culpa nuestra, no hay excusas», confesó Jordi Alba, quien al ver el penalti de Lenglet no se pudo esconder. Se tiró sobre el área de Ter Stegen pidiendo que el césped lo engullera, asumiendo, como todos, el nuevo despropósito defensivo. «Los culpables somos nosotros. Esto no puede pasar. Somos el Barça», exclamó luego el lateral zurdo, sin reparar en que ya viene repitiendo esas mismas palabras desde hace mucho tiempo. Palabras que hasta han perdido valor porque el Barça cae y vuelve a caer. Un tiro a puer
«Estoy más decepcionado que tras el PSG. Dejamos escapar cinco puntos con el Cádiz y eso no puede ser» RONALD KOEMAN ENTRENADOR DEL BARÇA «Es culpa nuestra. No hay excusas. Los culpables somos nosotros. Esto no puede pasar más» JORDI ALBA JUGADOR DEL BARÇA
En la foto final del desastre sale otra vez Lenglet, pero aparece en realidad un triste y dimitido equipo
ta del Cádiz, un gol, dos puntos menos para el equipo de Koeman, quien intentó, sin éxito alguno, agitar al mismo once con el que se presentó ante el Paris SG. Salieron primero los 11 que encajaron el 1-4 y luego, con los cambios (Pjanic, Braithwaite, Trincao, Riqui Puig y Mingueza), más de lo mismo.
Melancolía sin fin
Tristeza al inicio, el juego fue plomizo y sin desequilibrio, encerrado cómodamente como estaba el Cádiz, y melancolía sin fin, antes incluso del error de Lenglet. Y después, también. En el tiempo añadido no existió rebeldía alguna en un equipo que desperdició el gol de Messi de penalti. Lo mismo le ocurrió en la Champions. Dos tantos en los últimos 180 minutos. Ambos de penalti. Ambos de Leo.
Ni rastro de los demás delanteros que supuestamente debían marcar diferencias. Ni rastro de Griezmann. Ni tampoco de Dembélé, bullicioso en el regate, pero torpe en el remate final. Ni rastro, de un Barça frustrante y, al mismo tiempo, desconcertante. El drama es que perdonó en el área de Ledesma, al que apenas se vio en la segunda parte, tranquilo como estaba, y regaló en la de Ter Stegen. ¿Algo nuevo? No, lo de siempre.