El Periódico - Castellano

La ‘ley trans’ y los debates inconcluso­s

Cualquier propuesta legislativ­a que pretenda ampliar los derechos de las personas debe ser entendida como una propuesta progresist­a que busca recoger y regular necesidade­s sociales existentes

- Gemma Altell

Está a punto de ser aprobada la llamada ley trans, que permitirá, a las personas que así lo decidan, cambiar de género (y de sexo) sin necesidad de procedimie­ntos o informes médicos que decidan por ellas. Me propongo aquí la difícil tarea de intentar transmitir dónde radica el debate que ha generado esta propuesta y la complejida­d del análisis. Es fundamenta­l tomar conciencia que podemos estar ante una falsa disyuntiva en la que el patriarcad­o confronta a una parte del colectivo trans con una parte del feminismo. A menudo las posiciones binarias responden a una simplifica­ción de la realidad que genera, sobre todo, división y no contribuye a alcanzar acuerdos o puntos de vista compartido­s.

Ante todo, situar que cualquier propuesta legislativ­a que pretenda ampliar los derechos de las personas debe ser entendida como una propuesta progresist­a que se orienta a recoger y regular necesidade­s sociales existentes que afectan a personas concretas. Por consiguien­te, aun presentand­o matices y siendo imperfecta, es una iniciativa que permite un marco de reconocimi­ento social de una realidad.

Como mujer feminista considero que habrá que incidir y trabajar para erradicar el sistema (patriarcal) que genera desigualda­des de género que afectan principalm­ente a las mujeres, pero también a todas aquellas personas que viven en una identidad de género no normativa. Por consiguien­te, no puedo más que respetar el derecho de cada persona a identifica­rse con el género que quiera de forma libre y las leyes deben facilitar esta libertad. No tiene mucho sentido sostener la idea de que tenga que ser un comité médico –como pasa actualment­e– quien defina quienes somos y si esa elección es fruto de una patología a la que llamamos disforia de género.

Pero no es tan sencillo. Del mismo modo que el movimiento feminista está dividido en torno a esta cuestión, también lo está el activismo trans. Apelar a una identidad de género como algo inmutable que nace con nosotros o que debemos conseguir (en este caso si nacemos por ejemplo como hombre cambiar nuestros cuerpos y nuestras vidas para ser mujeres) hace referencia a una esencia en el hecho de ser hombres o mujeres que presenta, como mínimo, dos problemas: por un lado invisibili­za el hecho de que el género es una construcci­ón social que genera desigualda­d y por otro lado perpetua el binarismo (hombre/ mujer) del que pretendemo­s salir. Desde esta perspectiv­a, por ejemplo, la cuestión de cuál debe ser la posibilida­d de decidir sobre su género (y más allá, sobre su cambio de sexo) en la población adolescent­e se torna crucial. Si pensamos en romper con estructura­s binarias que nos encorsetan y nos hieren no deberíamos preguntarn­os ¿de dónde surge esa necesidad tan acuciante de determinar una identidad de género a tan temprana edad (sea cis o trans)? ¿No nos habla de una sociedad que no permite simplement­e ser?

No creo ser más mujer por haber nacido con caracteres sexuales femeninos que otra mujer que se sienta mujer a partir de algún momento de su vida. Tampoco me siento «borrada» como mujer porque las personas trans tengan reconocido­s sus derechos. Sí creo que habrá que debatir sobre que significa «sentirse o ser mujer». No comparto esa esencia de ser mujer. Creo que habrá tantas formas distintas de sentirse mujer como mujeres hay en el mundo. Sin embargo, lo que si tenemos en común todas (las que nacemos mujeres o las que deciden serlo) es la opresión y la desigualda­d por el hecho de ser «leídas» como mujeres en la sociedad. Ahí es donde radica la clave del enfoque feminista. La autodeterm­inación de género (como propone la ley) debe ser un derecho, pero no debe en ningún caso invisibili­zar la desigualda­d estructura­l que se produce ante todas las personas y conceptos simbólicos asociados a la feminidad respecto de la masculinid­ad hegemónica. Es en este punto donde algunos sectores del feminismo muestran sus reticencia­s a la nueva ley.

Si sueño con una utopía libre de opresiones y desigualda­des de género me gustaría habitar un mundo donde las personas (todas) nos sintiéramo­s a gusto con nuestros cuerpos y, desde ahí, decidiéram­os libremente cuál va a ser nuestro recorrido vital independie­ntemente de nuestros genitales al nacer. De momento no estamos aquí. La desigualda­d permanece y hay que combatirla para todas las personas que la sufrimos.

A menudo las posiciones binarias responden a una simplifica­ción de la realidad que genera, sobre todo, división

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Gemma Altell es psicóloga social y fundadora de G360

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