El Periódico - Castellano

No hay que sobrelleva­rlo

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«La cuarta ola va a ser la de la salud mental. El Estado tiene que hacerse cargo, multiplica­ndo los psicólogos en el servicio público. La salud emocional no puede depender del dinero que tiene tu familia», dijo Íñigo Errejón en el Congreso de los Diputados. Y sin discutirle la mayor –que la sanidad pública necesita más psicólogos y más medios para la salud mental, y que urge desestigma­tizarla– al oírle me vino a la cabeza una frase que le he escuchado a menudo al amigo Ramón Nogueras, psicólogo. Él sostiene que muchos de los problemas que trata se arreglaría­n no yendo a su consulta, sino a un sindicato.

Vale, la idea de Errejón era bienintenc­ionada. Que la pandemia le ha pasado factura a la salud mental es una obviedad: desde quienes han perdido a alguien hasta al llegar al último de nosotros el trauma está ahí, de un modo u otro. Ni la persona más flemática puede afirmar que una crisis tan grande no le ha sacudido la vida. Como decían los soldados de They, de Siegfried Sassoon, uno de los poemas clásicos sobre la primera guerra mundial, «ninguno somos ya el que era ni encontrará­s a nadie que haya pasado por esto que no esté cambiado». Todos ellos han perdido en la contienda la salud o la razón, según le cuentan a un obispo, quien les responde hipócrita que «los caminos de Dios son inescrutab­les». ¡Pero es que los caminos de nuestro malestar no son un misterio! Nos hemos dado de bruces con un virus letal, pero también con un sistema sanitario debilitado, una estructura productiva enclenque, una elevadísim­a tasa de paro, la vivienda carísima y una clase política cortoplaci­sta y populista.

Una encuesta del CSIC desvela que un tercio de los jóvenes describen su estado de ánimo como «malo o muy malo» y que los ciudadanos han perdido la fe en la política. Una situación que no hay que aprender a sobrelleva­r como individuos, como querrían los gurús de la autoayuda neoliberal, que no los psicólogos. De esta no saldremos mejores; al menos, no en el sentido de «más felices». Pero si aprendemos a no conformarn­os y trabajamos colectivam­ente, quizá –solo quizá– podamos algún día salir de esta algo más fuertes.

Si aprendemos a no conformarn­os y trabajamos colectivam­ente, quizá podamos algún día salir de esta algo más fuertes

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Mar Calpena

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