El Periódico - Castellano

«El rugbi fue mi terapia»

Elisabet Grané se quedó en paro, perdió a la abuela de su pareja por el covid y se sumió en un cuadro de ansiedad del que el deporte la rescató. Volvió a trabajar el miércoles y mañana debutará con el Sant Cugat B en la División de Honor Catalana Femenina

- ROGER PASCUAL

Hace un año la vida de Elisabet Grané tuvo una triple sacudida: la pandemia la dejó sin trabajo, se llevó a la abuela de su pareja y la sumió en un cuadro de ansiedad. Las estrechece­s económicas le hicieron plantearse dejar el rugbi, pero este deporte fue la constante que la ayudó a tirar adelante. Por eso rompió a llorar de emoción cuando le dijeron que podría volver a competir. Tras estar casi un año desemplead­a, este miércoles empezó a trabajar de nuevo y el sábado debutará con el Sant Cugat B en la División de Honor Catalana Femenina, parada desde marzo, en el retorno de las competicio­nes de ámbito catalán.

Esta sabadellen­se de 30 años, que juega a rugbi desde hace seis como segunda línea, ejercía de integrador­a social en una escuela hasta el estallido de la pandemia en Catalunya. «Con el cierre de escuelas me echaron. Como era la primera semana del estado de alarma no había manera de hablar con el SEPE y no lograba el paro. Y el día antes del despido la abuela de mi pareja, que era como si fuera mi abuela, se puso enferma por covid y murió». El duelo fue difícil de gestionar. No pudieron enterrar sus cenizas hasta pasados tres meses y no pudieron ni abrazarse a los familiares que tuvieron que estar aislados ya que se turnaban para cuidar de la abuela. «No sabía cómo afrontarlo ni cómo hacer que mi pareja no estuviera tan triste».

A punto de dejarlo

Bet es asmática y al ser población de riesgo tenía «mucho miedo» porque pensaba que si se contagiaba tenía puntos para no contarlo. Económicam­ente también se empezó a sentir ahogada al quedarse por primera vez sin trabajo. «Teníamos para pagar hipoteca, facturas y ya. Me planteé dejar el rugbi porque no podía pagar los 50 euros mensuales de la ficha y la mensualida­d. Hablé con el club y me dijeron: ‘No te preocupes, aquí nadie dejará de jugar a rugbi por temas económicos. Lo congelamos, cuando puedas ya volverás a pagar’. Para mí fue la hostia».

Al no poder entrenar en las instalacio­nes del club, en el Sant Cugat se hacían entrenamie­ntos online.

Pero a ella le costó unirse a ellas. «No estaba bien», reconoce, agradecien­do la empatía de técnicos y compañeras. «Poco a poco, por la insistenci­a de que no me desconecta­ra, empecé a ir a los entrenos virtuales. Era raro, porque no es lo mismo con una pantalla de por medio, pero me hacía sentir bien tras un cuadro de ansiedad que provocó que no pudiera dormir y que me engordara bastante».

Se había planteado ir al psicólogo pero, de nuevo, la situación económica no lo hacía posible. «Mi terapia contra la ansiedad fue el rugbi. Mi compañero teletrabaj­aba y yo me sentía aislada. Cuando estás mal no te apetece nada, ni comer bien ni hacer deporte. Pero a la que empecé a moverme, empecé a remontar. Parece una tontería. igual era una hora al día, pero esa hora me hacía elegir la ropa que me iba a poner, luego una ducha, hablar con las compis... Esta conexión y control diario fue una terapia física y psicológic­a. Tener la sensación de que no estoy sola, si caigo hay 32 tías más. De decir ‘hoy estoy supermal, pero voy a entrenar igual’ porque cuando me he empezado a poner objetivos en el rugbi he tenido ganas de otras cosas».

El psicólogo deportivo del club también la ayudó en este proceso con recomendac­iones similares a las que daría ella como integrador­a social. «Me dijo lo que le diría yo a mis usuarios: ponte objetivos, sal de casa, no te fuerces a hacer muchas cosas, intenta relacionar­te con otras personas... Soy muy buena dando pautas, pero no me las aplico. A mí me costó mucho darme espacio y decir no pasa nada, estás mal, es normal porque hay una pandemia, te han echado, se ha muerto la abuela... Todo ha cambiado tanto, pero socialment­e no se nos permite estar mal».

Otra realidad

El destino ha querido que el debut del Sant Cugat B (equipo de nueva creación) coincida la semana en la que ha empezado un nuevo trabajo («tras mandar 200 currículos») y en la que le han dicho que cobrará el paro que le deben. «No es solo empezar a competir, es un momento de desconexió­n increíble después de todo lo que está pasando fuera. Es como vivir otra realidad. Aunque cuando acabes tengas que ponerte la mascarilla y guardar las distancias, vuelves de otra manera porque mañana volverás a entrenar y tendrás unos objetivos. Es muy emocionant­e. Con todo lo que ha pasado, tienes la sensación de que lo hemos conseguido».

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Anna Mas Elisabet Grané, que juega como segunda línea, ayer en Sant Cugat.

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