Al borde del abismo
El 23-F es una fecha importante en la historia de nuestro país que debemos recordar, para que no nos pase aquello de «el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla». Hoy sigo visionando aquel tenebroso día en el que pareció que todo lo que habíamos avanzado se nos venía abajo. Acababa de llegar a Navarra, iniciaba una nueva vida llena de ilusión que aquella larga noche pensé que se truncaba viendo aquellas terribles imágenes. Llegaba de Madrid después de una larga militancia en la izquierda (PCE y CCOO), de lucha contra el franquismo para conseguir la democracia.
A menudo recordamos los acontecimientos pero no los sentimientos, las sensaciones que nos provocan. Primero, sorpresa cuando un canalla fascistoide vino contármelo con una sonrisa a mi lugar de trabajo; luego, indignación, cierta zozobra y, por qué no decirlo, algo de miedo. Miedo sobre todo a romper con todo lo previsto hasta ese instante. Después, una intensa noche en compañía de mi amigo del alma, viendo la tele, escuchando la SER. Él planteándose huir a Francia (había tenido un incidente con la Policía por sus relaciones con la izquierda abertzale); yo, decidido a volverme a Madrid, rompiendo así con los planes previstos de asentarme en Villava, el lugar de mis ancestros. Volver para estar cerca de aquellos con quienes había luchado codo con codo durante años y retomar de nuevo la lucha antifascista. Fue una de esas noches que nunca se olvidan y que hoy, 40 años después, recuerdo con intensidad.
A menudo la izquierda olvida que quienes promovieron aquel golpe, quienes lo instigaron y financiaron siguen aún entre nosotros, porque no llegamos a descubrir a todos. Debemos reclamar que jamás lo olvidemos, que nuestra memoria no borre aquellos terribles momentos, que no bajemos la guardia y estemos alerta para defender unos derechos que pueden arrebatarnos de nuevo. Ese 23-F de 1981 estuvimos al borde del abismo, pero me temo que podría repetirse.