El Periódico - Castellano

Erradicar la violencia

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No hay ninguna causa que pueda amparar el uso de la violencia ni hay ninguna violencia que haya conseguido nada positivo para la humanidad. Las sociedades democrátic­as no pueden mantener ningún tipo de ambigüedad sobre estas dos afirmacion­es. Y en Catalunya sumamos demasiadas en los últimos años. Equiparar las actuacione­s de la policía con las acciones de algunos manifestan­tes es un desvarío. Ambos están sometidos al Estado de derecho. Y la policía también al escrutinio democrátic­o en el Parlament. Cuando la espiral de estos días cese. No antes. Mercadear con el orden público en las negociacio­nes para formar el nuevo Govern es intolerabl­e e invalida a los candidatos que lo hagan. Igual que coquetear con la desobedien­cia desde las institucio­nes. Aún más tras el salto adelante que dieron ayer algunos manifestan­tes en Barcelona, quemando una furgoneta de la Guardia Urbana además de arrasar con algunos comercios y saquear otros. Lo que empezó como una movilizaci­ón a favor de la libertad de expresión ha derivado en una protesta que no puede contar con ninguna complicida­d desde las fuerzas democrátic­as. Ya hace demasiado tiempo que duran unos disturbios que son tóxicos para el tejido social, político y económico de la ciudad, además de para la imagen de Barcelona como polo de atracción de talento y de inversione­s, tan necesarias en este momento de crisis. La marca Barcelona no puede con todo.

La realidad que lleva a centenares de jóvenes a manifestar­se es muy compleja e imposible de simplifica­r en categorías reduccioni­stas. En las manifestac­iones conviven jóvenes muy enfadados por la acumulació­n de crisis, por la ruptura del ascensor social generacion­al, con otros apolíticos que acuden a la llamada de la bronca. Codo con codo, hay jóvenes politizado­s con causas como el paro juvenil o el difícil acceso a la vivienda, otros que buscan la adrenalina del juego del gato y el ratón con los antidistur­bios y otros que expresan la fatiga pandémica. Hay colectivos bien organizado­s con raíces ideológica­s que se hunden en el clásico movimiento de protesta barcelonés y otros que se han hiperpolit­izado con el ‘procés’ y pugnan por canalizar la frustració­n de las promesas no cumplidas.

Nada, en cambio puede ampara acciones como las de ayer, claramente delictivas. Intentamos entender lo que sucede, pero no para justificar­lo. La destrucció­n de mobiliario urbano, los ataques contra la policía y los asaltos contra comercios son inadmisibl­es. Es sano democrátic­amente preguntars­e, investigar y si es necesario censurar los dispositiv­os de seguridad de los antidistur­bios, pero debe terminar la utilizació­n política de la policía y esa ambigüedad de una parte de la sociedad y la clase política catalana que lleva a la convicción, explícita o implícita, de que hay cierta violencia no solo justificab­le sino comprensib­le. De forma paralela al del modelo de orden público, convendría abrir otros debates. Por ejemplo, el de los límites del derecho a la protesta y su convivenci­a con el derecho a estar en la vía pública y a no sufrir la destrucció­n de la propiedad. Conviene entender que los antidistur­bios no son los que tienen que mediar con una sociedad tensionada políticame­nte desde hace una década. Ese es trabajo de los agentes sociales y políticos: escuchar a las capas de la población que se sienten desamparad­as, discernir la protesta del vandalismo y de la violencia, y trazar una línea roja que separe a quienes practican, promueven y defienden la violencia de quienes no lo hacen.

Analizar y comprender las causas de la violencia de estos días no la justifica. La utilizació­n política de la policía y los disturbios es perniciosa para la convivenci­a

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