El Periódico - Castellano

La última vez

- Enrique Ballester

Ayer estaba preparando un reportaje, charlando con Marina, y le pregunté qué recordaba de la última vez en el estadio, qué guardaba en la memoria del último partido con aficionado­s en las gradas, antes del cierre por la pandemia del covid. Entre otros, Marina señaló un aspecto en el que yo no había caído: nuestro equipo iba perdiendo aquel día y muchos aficionado­s se marcharon antes de que terminara el partido. A ella le gustaba llegar pronto e irse la última, y se preguntaba si todos aquellos que habían renunciado a esos últimos minutos de fútbol, ahora, un año después, harían lo mismo o valorarían la dicha que supone, que siempre supuso por mucho que uno pueda sufrir o perder, estar en la grada viendo a los tuyos, con los tuyos, y con todos vivos y sanos.

Ese irse o quedarse cuando todo parece perdido es una de las actitudes futbolísti­cas que mejor definen cómo somos y cómo vivimos. En mi caso, sea cual sea el resultado, siempre pienso que puede cambiar, y me vale igual para las situacione­s de esperanza o para los momentos de auténtico pánico. Por muy mal que juegue mi equipo, en el fondo creo en la remontada. Por muy bien que pinte el asunto, temo un descalabro sobre la hora. Sé que ocurre muy pocas veces y por eso se suele llamar milagro, sé que es improbable porque lo dicen las estadístic­as, la experienci­a y las cuotas de las casas de apuestas, pero también sé que puede pasar y que esa posibilida­d, además, es el motor de mi adicción como hincha. Hay quien se va del estadio a cinco minutos del final y hay quien celebra la victoria antes de hora. Yo de esa gente no me fío. Yo ni siquiera ironizo por WhatsApp del que parece acabado por si el karma me la devuelve después con un golazo.

La gracia de las últimas veces es no saber que son las últimas veces. Segurament­e, si todos aquellos que se marcharon del estadio hubieran sabido que era la última vez, se habrían quedado, pero entonces, también segurament­e, no nos hubieran enseñado cómo son de verdad. Hace unos años, cuando buscaba motivación para ordenar algo mi vida, me apenaba pensar que ya nunca se me haría de día jugando al FIFA en la Play, o que jamás despertarí­a con resaca un miércoles cualquiera a media mañana. Me apenaba pensar que esa noche era la última vez, me negaba, y no podía soportarlo. Después, te olvidas. Es como dejar de jugar partiditos en el patio del colegio, como cambiar de serie cuando agotas las temporadas. Pasas de pantalla. Simplement­e se acaba.

Los recuerdos de niño

De niño tuve un entrenador que nos decía que entrenáram­os cada día como si fuera la última vez, que jugáramos cada partido como si fuera el último, sin dejarnos nada, porque nunca se sabe en realidad cuándo es la última vez, pero nosotros éramos infantiles que nos reíamos y no le hacíamos mucho caso. Una tarde llegó al entrenamie­nto un compañero sin botas ni mochila y nos explicó que dejaba el fútbol por una dolencia en el corazón. El entrenador nos reunió en un círculo sobre el campo, detectó que algo había crujido, nos recordó que nunca se sabe cuándo es la última vez, y ya no se reía nadie. Como en este año de covid, sentimos muy próximo lo que parecía lejano. Ese día el entrenamie­nto fue raro.

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