Protesta desbordada
Trece detenidos en BCN tras la marcha en la que se quemó una furgoneta con un urbano dentro La violencia desatada por el caso Hasél y el papel de los antidisturbios avivan el debate
El supermercado de las imágenes dispone de tres grandes fotos fijas para explicar las manifestaciones y los posteriores disturbios de los últimos días en Barcelona. La primera es una pancarta que rezaba: Nos habéis enseñado que ser pacíficos es inútil. La segunda es la fotografía de una joven que perdió el ojo en los disturbios (la Conselleria d’Interior ha abierto una investigación para aclarar si fue a causa de una bala de foam). La tercera es la de grupos de saqueadores asaltando los comercios del paseo de Gràcia. De fondo, la hipnótica danza de las llamas de los contenedores ardiendo y el ruido del debate público: el oportunismo y el tacticismo político, en plena negociación de la formación de un Govern; la ira contra los vándalos; la indignación por la actuación del Àrea de Brigada Mòbil (Brimo) de los Mossos d’Esquadra; la incomprensión generacional entre los jóvenes y el mundo de los adultos. En una sociedad que acumula años en crisis, muy polarizada, tensionada económica, social y políticamente y, además, golpeada por la pandemia, un cúmulo de violencias chocaron en las calles de Barcelona no por primera vez, y nada hace pensar que por última. No solo arden los contenedores en Barcelona; también se queman los puentes. «Y lo que hace falta es construir, no destruir, porque rehacer puentes cuesta una década», reflexiona David Fernàndez, periodista, activista social y exdiputado de la CUP.
«El No future era esto», afirma la periodista Montse Santolino. Los protagonistas de las protestas por Hasél fueron centenares de jóvenes que salieron a la calle a protestar por el encarcelamiento de un rapero al cual muchos de ellos no conocían hasta que los grupos de Telegram empezaron a arder con llamamientos a la protesta. La radiografía generacional, por conocida, no es menos lacerante: un paro juvenil por las nubes, la imposible emancipación, el convencimiento de que el mundo que heredarán de sus padres será peor en todos los sentidos. «Son generaciones de jóvenes que han sumado demasiadas crisis. Muchos de los adolescentes de hoy han sufrido situaciones de empobrecimiento económico familiar y ahora se encuentran los efectos de la pandemia. Los niños que hace 12 años decíamos que estaban viviendo las diferentes pobrezas que existen, ahora chocan con una nueva recesión», razona Jaume Funes, psicólogo y educador especialista en juventud. «Si ya antes de la pandemia la juventud no veía un camino claro hacia el futuro, el covid los ha acabado de hundir. Los modelos de vida y de sociedad que valían hace 40 años ya no sirven en un
mundo global en crisis», describe Gemma Altell, psicóloga social. Ocurre en Barcelona y en el resto del mundo occidental: antes de arder los puentes, saltó por los aires el ascensor social generacional.
Y, encima, el covid: aislamiento, estigmatización de la juventud, frustración, inquietud, la fatiga pandémica. «Si a un chaval que antes tenía un tiempo de obligación, que era la escuela, y un tiempo de diversión, que era salir con los amigos, le digo que esto se ha acabado, que se tiene que quedar en casa ¿dónde va a canalizar la necesidad de ser feliz en un mundo que constantemente les dice que la esencia de la felicidad es consumir y pasárselo bien?», se pregunta Funes. «Es una generación agotada que no tiene pista de aterrizaje política y que se moviliza con motivaciones radicalmente políticas, por una frustración que es un enmienda total al modelo: vaya mierda de país que nos estáis dejando», dice gráficamente Fernàndez.
Se dan, pues, unas causas profundas de malestar juvenil. También existe una amplia lista de problemas concretos de índole económica, política y social: el paro, el acceso a la vivienda, la ley mordaza… Hasél fue una causa inmediata, un catalizador: es legitimo y genuino el malestar por que en España las letras de un rap, por desagradables que sean, conlleven penas de cárcel. Pero, ¿cómo se pasa de tener motivos para la protesta al vandalismo del paseo de Gràcia? ¿Representa un malestar generacional el vídeo bufo del saqueador golpeándose contra la puerta de la tienda de Nike mientras huía con su botín de productos de deporte de gama alta? Elegir solo una foto a la fuerza devora los grises. Y más cuando convergen en un mismo lugar y momento varias violencias.
«Hay una mezcla explosiva de gente hiperpolitizada y absolutamente despolitizada –describe Santolino–. Los hiperpolitizados han entrado en la política en gran medida de la mano del ‘procés’, que generó unas expectativas que no se cumplieron De los despolitizados no sabemos nada. Hace años había antenas políticas en los barrios, las de los sindicatos, las de la Iglesia roja. Ahora, no. Hay casos de puro nihilismo».
Los politizados: que en Barcelona manifestaciones de todo tipo y condición acaben en violencia, en enfrentamientos con la policía y destrozos de mobiliario urbano no es una novedad. La lista de escenas de guerrilla urbana entre jóvenes manifestantes y los antidisturbios es larga y se remonta a décadas atrás. Es el mito de Barcelona como la Rosa de Foc, al que muchos suelen acudir, unos para explicar una tradición de resistencia al abuso del poder, otros para calificar de violentos a los movimientos sociales. «No hay un gen violento, hay una organización y una tradición ideológica de amplios frentes sociales de defensa y movilización que hace que históricamente en la ciudad los movimiento sociales denuncien las profundas desigualdades que se dan y se defiendan de lo que se percibe como agresiones y abusos del poder», indica Santolino.
Entre los jóvenes manifestantes se mezclan hiperpolitizados y despolitizados
Funes señala que «la falta de inteligencia política» para escuchar y entender a los jóvenes como otra causa de la repetición periódica de disturbios. Fuentes policiales, por su parte, tradicionalmente apuntan a que la violencia la protagonizan grupos radicalizados, muy organizados y versados en tácticas de guerrilla urbana.
Existe una percepción de que las manifestaciones hoy están menos controladas. David Fernàndez señala que los movimientos de protesta son más informales. «La organización es emocional. Vemos un grito generacional poco organizado, más una revuelta que una protesta –dice Fernàndez–. Tradicionalmente los movimientos de protesta tenían un nivel organizativo: la asamblea de okupas, la asamblea de insumisos, los debates, el trabajo diario, una cierta militancia. Pero el octubre de 2017 y la post-sentencia marcan a una generación… Me preocupa que se cierren todas las vías políticas, porque cuando esto sucede es cuando se explica la pancarta del otro día: Nos habéis enseñado que ser pacíficos es inútil.
Y los despolitizados. En este entorno menos organizado, a la manifestación se suman otros tipos de violencia: los que creen que «el mundo de adultos solo escucha si los jóvenes la lían y aquellos que van a divertirse», apunta Funes; los que banalizan la violencia, y la legitiman, indica Altell. Y también quienes aprovechan para saquear tiendas, por delincuencia, ya sea como expresión política, por desahogo.
Desconexión
Jaume Bosch, abogado, exdiputado y autor del libro La nostra policia, apunta a otra causa de las explosiones de violencia más recientes: «El ‘procés’ ha hecho que un sector de la sociedad se haya desenganchado de mecanismos claves del Estado de derecho, que haya desconectado de consensos básicos como que no se pueden provocar disturbios graves en una ciudad. Ahora hay un sector importante de la opinión pública que es más comprensiva con estas actitudes violentas. Y eso acaba colocando a los Mossos d’Esquadra en el ojo del huracán».
Los Mossos. Como diputados, Bosch y Fernàndez participaron en la comisión de estudio de los modelos de seguridad y orden público que en 2013 recomendó prohibir el uso de las pelotas de goma en Catalunya. En sus conclusiones, la comisión estableció que el modelo policial de seguridad pública tiene como finalidad «garantizar el equilibrio justo entre el derecho fundamental de manifestación y el uso pacífico de la vía pública por parte de todos los ciudadanos». Leer hoy las conclusiones y las intervenciones de los ponentes ayuda a entender la complejidad de este equilibrio. Después de la oleada de respeto ciudadano de la que disfrutaron los Mossos tras los atentados de agosto de 2017, la Brimo es hoy una unidad impopular y muchas son las voces que piden una profunda reforma, cuando no su disolución.
Los Mossos trabajan con unos protocolos de actuación en los que deben conjugar los principios de congruencia, proporcionalidad y oportunidad. Deben ser reactivos, no proactivos , pero la línea, en el fragor del disturbio, no es sencilla. Durante mucho tiempo, las actuaciones de los Mossos han generado controversia. Hay demasiadas víctimas y demasiadas imágenes de violencia policial que no cumplen los principios de congruencia, proporcionalidad y oportunidad. También ha habido ofensivas políticas que acentuaron el gremialismo.
«Una parte importante de la sociedad tiene problemas con la actitud de la Brimo –diagnostica Bosch–. Entre las conclusiones de la comisión y octubre de 2017, con Josep Lluís Trapero al mando, los Mossos se replantearon la forma de actuar de los antidisturbios. Pero desde el 1 de octubre de 2017 todo se volvió más difícil». Bosch, al igual que muchos otros expertos en seguridad y organización policial, no ve viable una disolución de la Brimo y apuesta por discutir en el Parlament, lejos del fragor del día a día, el modelo de orden público y de seguridad de la policía catalana: cómo se conjuga el equilibrio entre el monopolio del uso de la fuerza y la mediación; qué herramientas se entrega a los antidisturbios; las ventajas e inconvenientes de tener agentes especializados en el control de los disturbios...
Pero con ese debate no basta ante la acumulación de violencias. Bosch señala otra vía de reflexión: «La sociedad catalana tiene que hacer una reflexión sobre si el derecho a la protesta tiene algún límite o no, sobre las diferencias entre la desobediencia civil y la violencia». Fernàndez indica otra, en referencia a la red de violencias sociales y económicas que son el substrato del malestar: «Existe una hipocresía permanente y estructural que solo habla de violencia cuando se rompe el cristal de un banco o un escaparate». Demasiados debates pendientes, demasiadas violencias para tan pocos puentes.
Es necesario un debate sobre la Brimo, pero también acerca de los límites de las protestas en la calle y sobre la violencia