Cuatro brazos que tuviera
Cuatro brazos que tuviera, cuatro vacunas quisiera. Tal es mi fe en el pinchazo. Deseo la vacuna como Calixto desea a Melibea: «Melibeo soy y a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo». Si de algo me he contagiado es de amor a la vacuna. Cuento los días que faltan para la cita. Codicioso, administro mal la impaciencia. Tengo la edad suficiente (grupo 5B, me dicen que es el mío) para ser convocado en fecha no lejana. Un par de meses, calculo. Menos, con suerte. El proceso de vacunación que empezó en los últimos días de diciembre se celebra ya con moderado optimismo. Ojalá los viales aumenten y el ritmo se acelere. El optimismo aparecería, entonces, desbordado. Y el semáforo que regula la llegada al final del túnel pasaría de rojo a verde en un plis plas.
Recién estrenado marzo, confío en que este sea el mes del acelerón, el del gran salto hacia adelante. La aparición de nuevas vacunas permite soñar en nuevos récords. Y es solo cuestión de días que el invierno se de la media vuelta. Puede, incluso, que la meteorología acuda en nuestra ayuda más pronto que tarde y nos adelante una subida de temperaturas, lo cual, aseguran quienes saben, dificulta la transmisión y pone freno al contagio. Aunque, cuidado, porque también en esto debe darse el equilibrio entre la realidad y el deseo. «Cuando marzo mayea, mayo
marcea», advierte, experimentado, el refranero. Lo que quiere decir que todo el sol y el calor que puedan venir en marzo habrá que devolverlos con lluvia y frío una vez llegado mayo. O lo que es lo mismo: cuidado con las puertas que abrimos en marzo porque se nos pueden cerrar de golpe en las narices –duro el portazo– en el florido mes de mayo. Mal negocio sería. Cruzo los dedos para que todo se confabule a favor y no en contra.
Por cierto, digo marzo y digo mayo. ¿Y qué pasa con Abril? Pues que Abril desbarra. Abril delira. Abril intoxica. Abril envenena. Y ustedes han entendido ya que, valiéndome de un mínimo ardid de escritura, no me refiero ahora al cuarto mes del calendario sino a la actriz, de nombre Victoria, que ha dado el campanazo con su particular manifiesto negacionista. Defiendo, por supuesto, su derecho a expresarse libremente. Faltaría más. Pero me duelen sus palabras. Y me indignan profundamente los argumentos con que las sustenta. Veo en su discurso una enorme falta de respeto, más todavía (y esa es mi personal opinión, expresada de forma tan libre como la suya), un ultraje, un insulto, un inmerecido desprecio, a todo un mundo de científicos, investigadores y personal sanitario, que han dado lo mejor de sí mismos para avanzar más rápido que nunca en el camino de la prevención, tratamiento y curación. Ese es el gran récord que hay que poner en valor. Por eso, frente al negacionismo de la actriz, levanto un monumento –otro más– a la ciencia y al saber. A la inteligencia. Y a la generosidad. Un monumento que dice «gracias», sin espectáculo ni aspavientos. Íntimo. Con un silencio emocionado.
Abril desbarra. Abril delira. Abril intoxica. Abril envenena. No me refiero al cuarto mes del calendario sino a la actriz, de nombre Victoria