Los radares de tráfico entran por primera vez en Barcelona
Los 44 nuevos puntos de control se colocan por primera vez en el interior de la ciudad y se suman dos de tramo en vías rápidas. Aragó y Balmes tendrán zonas con la velocidad limitada a 30 por la presencia de centros educativos.
Ya estaban aquí. Detrás de un contenedor o en una esquina del Eixample. Pero eran controles móviles de la Guardia Urbana de hoy aquí y mañana allá, y poco o nada ayudaban a la seguridad vial y mucho a mancillar la imagen de la policía local bajo el pretexto del afán recaudatorio. Ahora los radares de velocidad entran de manera contundente en Barcelona, y lo hacen en forma de puntos fijos señalizados tanto en calles con elevado índice de siniestralidad como en entornos escolares. Se suman al proyecto otros dos radares de tramo, uno en la Ronda del Mig y otro en el túnel de la Rovira. Se podría seguir pensando que el consistorio solo busca meterse en el bolsillo de los ciudadanos, pero la experiencia demuestra que obligar a levantar el pie del acelerador reduce la siniestralidad.
La medida se enmarca en la búsqueda de esa ciudad slow que defiende el gobierno que forman ‘comuns’ y socialistas. La idea es que la velocidad de 30 kilómetros por hora se imponga en buena parte de la ciudad. Ya sucede en el 67% de las calles y la voluntad es cerrar 2021 con el 75%. Pero una cosa es lo que dice la señal y otra muy distinta el grado de cumplimiento. Ahí es donde, además del civismo del conductor, entran los radares.
Elevada siniestralidad
Antes de que termine 2021 –esa es la promesa lanzada ayer por la concejala de Movilidad, Rosa Alarcón– Barcelona tendrá ya colocados 32 nuevos radares de punto fijo en el interior de la ciudad. Hasta ahora solo había una decena en los accesos, un modo de recordar a los conductores que la vía rápida por la que venían terminaba ahí. Se instalarán en calles 30 y arterias principales con elevada concentración de siniestralidad.
Otros 12 radares se colocarán en entornos escolares en los que la velocidad, además, se limitará a 30 kilómetros por hora. Si la calle tiene un solo carril de circulación, ese ya es el límite que permite la ordenanza, pero si se trata, por ejemplo de la calle de Aragó, donde el tope está en 50, los conductores deberán reducir justo en el punto en el que esté situado el poste. Sucederá, de hecho, entre Bruc y paseo de Gràcia, donde se hallan las escuelas Lestonnac y Escolàpies Llúria. Otra calle rápida limitada será Balmes, con dos tramos de 30 entre Marià Cubí y Travessera de Gràcia y entre Francolí y Sanjoanistes. Pero, lo dicho, de la norma al cumplimiento hay un trecho.
En cuanto a los radares de tramo, al de la Ronda de Dalt plantado en 2016, entre Karl Marx y Trinitat en sentido Besòs, se le unen ahora el del túnel de la Rovira y el del túnel de Badal, de Cerdà hasta la Diagonal. En los dos casos, en ambos sentidos. En el de la Ronda del Mig ya había un radar fijo por sentido que desaparecerá. Para el año que viene está previsto instalar otro en la Ronda Litoral a la altura del Moll de la Fusta, entre el barrio de la Barceloneta y Miramar, tramo en el que la arteria es especialmente estrecha.
Un poco tarde
Estos radares de tramo ya fueron anunciados en noviembre de 2017, pero según Adrià Gomila, director de Movilidad, «se ha dado prioridad a otros proyectos». En cualquier caso, la instalación de estos elementos se ha demostrado eficaz para reducir los siniestros. Las cifras a finales de 2017 demostraban una bajada del 21% del número de accidentes y del 35% en la cifra de heridos. También los radares colocados en las rondas a principios de siglo achicaron los accidentes. En marzo de 2003 se instalaron ocho y unos meses después la cifra de siniestros había bajado cerca del 30%.